EN EL FILO
Wolfowitz y Koutchner
EL FIN DE semana ha visto en la escena internacional la caída de un peso pesado y la resurrección de una estrella rutilante. El mutis del presidente del Banco Mundial, el estadounidense Wolfowitz, era un descalabro anunciado. Es un caso de libro de lo que se conoce como el ejemplo de la mujer del César. Los que están arriba y predican con denuedo una determinada política, en este caso la de la moralidad y la buena conducta, no pueden permitirse tener la más ínfima grieta en su techo de cristal. Wolfowitz llegó al Banco con un pecado original: era uno de los inspiradores de la guerra de Irak y uno de los que pifió creyendo que la posguerra sería pan comido. Esto no le granjeó simpatías con Gobiernos europeos accionistas importantes del Banco. Luego, a los sesenta años de su creación, muchos Gobiernos muestran hastío porque continúe la práctica de que Estados Unidos (con un 16% de las acciones) venga nombrando al presidente. Los enemigos le saltaron al cuello cuando hace meses surgió la noticia: Wolfowitz había promocionado de forma no del todo ortodoxa a su novia, enviándola del Banco, muy mejorada, al Departamento de Estado. Si él luchaba ferozmente porque los Gobiernos del Tercer Mundo eliminasen la corrupción para recibir ayuda de la institución, no se comprendía como él había debutado con un cambalache. El prestigio del Banco y su eficacia se resentirían si continuaba. Cayó. Llegan ahora las preguntas: ¿Debe seguir Estados Unidos imponiendo el mandamás del Banco incluso sin ofrecer un abanico de nombres al consejo de administración? Más cerca de nosotros, en Francia, Sarkozy sorprende creando un Gobierno de paridad absoluta hombre- mujer, con cinco miembros procedentes de la izquierda y fichando a una estrella socialista: Bernard Koutchner, al que la confía nada menos que la cartera de Exteriores. El nombramiento ha sido una bomba. Koutchner es el político más popular de la izquierda francesa. Famoso por su activa lucha de décadas en el campo humanitario, fue uno de los fundadores de Médicos sin Fronteras, es una figura muy conocida en la escena internacional, en donde ha tenido puestos destacados en Naciones Unidas y tejido valiosas conexiones en todo el mundo. Brillante, impredecible, a sus 67 años, ha debido de pensar que estaba a punto de perder el último autobús político. Ha aceptado la oferta de Sarkozy para gran escándalo y berrinche del partido socialista, que lo expulsará de sus filas. La estrella se ha explicado en Le Monde: «no soy sarkozista, soy un militante de izquierdas, abierto, socialdemócrata». Esto es la apertura. «La política exterior de Francia no es de derechas ni de izquierdas. He estado siempre en los combates, sociales y humanitarios, que han hecho la grandeza de nuestro país. Que se me juzgue por mis actos». ¿Altitud de miras y pragmatismo? ¿Ambición oportunista? Veremos si la cohabitación de un progre con el demonizado por la izquierda Sarkozy es posible. En todo caso, el presidente ha tenido olfato: el 71% de l os franceses apru eban el nombramiento.