DESDE LA CORTE
La seducción del pesimismo
DOS PALABRAS más, sólo dos, sobre el discurso de la discordia de Aznar: tiene razón. ¿Cuántas veces lo hemos escrito? Unas cuantas, pero es verdad: hay dos Españas. Hay una España que se encuentra en la sección de política de los periódicos, y otra que venía ayer en las páginas de economía. La primera mostraba un país que parecía en descomposición, donde la oposición acusa al gobierno de ser cómplice de terroristas, que es la peor acusación que se puede hacer, y el presidente del gobierno acusa a la derecha de ofender a millones de españoles. La segunda traía un dato: 4,1. Ése había sido el crecimiento de la economía durante el primer trimestre del año. Si fuéramos un país lógico, lo estaríamos celebrando. Es sólo de un trimestre, pero completa tres lustros de bonanza, con muy buenas cifras de empleo y con una perspectiva todavía más optimista: el «aterrizaje suave» de la construcción no ha dañado la salud económica nacional. Como no parecemos un país lógico, ¿qué hacen los medios de mayor difusión? A muchos de ellos les interesó mucho más si don Miguel Sebastián, rival de Gallardón en Madrid, ha conocido también a alguien de la trama inmobiliaria de Marbella. La situación de la economía apenas mereció una llamada en las portadas. Naturalmente, los discursos de los políticos sólo consideraron importante denunciar cómo Batasuna se cuela en las elecciones. Hay, pues, dos Españas: la de la garrota y la trifulca, sacada del famoso cuadro de Goya, y la del trabajo y la empresa, que parece hacer su vida, arregla su hacienda y lucha por acomodarse a la nueva situación de previsible cambio de ciclo. ¿Saben qué me da miedo? Que triunfe la garrota, en un nuevo ejercicio nacional de apuesta por el pesimismo español, de tanta y tan destructiva tradición. Y hay síntomas muy claros de querencia al pesimismo. Se pueden apreciar en el «sí, pero» que se añade en las tertulias a las crónicas de la bonanza. Se descubren en la exaltación de lo negativo, por nimio que sea, en detrimento de los síntomas de esperanza. Y aparecen clarísimos en la tendencia, parece que irrefrenable, a considerar desastroso todo lo que hace el gobierno, incluso cuando da buenos resultados. Si eso es algo provisional, basado en el rencor de un sector social a Zapatero, no pasa nada: es un sarampión que curarán las elecciones. Pero ahí surge una duda mayor: ¿y si vuelve a ganar Zapatero? Estoy leyendo artículos que denuncian que la sociedad española se acomoda, se acojona y se vuelve sumisa ante el zapaterismo. ¡Dios mío! Ese entendimiento de la minoría de edad o la cobardía social sí que tiene antecedentes históricos: cuando se piensa eso, el paso siguiente es hacer pensar bien a la sociedad.