LA ASPILLERA
Una renovación ineludible
EL SECRETARIO de Organización del PSOE, José Blanco, siempre ocurrente y últimamente transmutado en epidemiólogo, ha invitado a los electores indecisos a practicar una «política preventiva» votando el domingo al PSOE lo que equivale, a su juicio, a ponerse una eficaz vacuna contra la peligrosa peste del «aznarismo». Es innegable que, como en el circo, el incontinente expresidente borda cada día el más difícil todavía y que se ha convertido en una estupenda fuente de votos para los socialistas. Pero, comprendiendo las debilidades humanas, cabe preguntarse si no es hora de bajar a la arena: «¡que son municipales!» grita hoy y recuerda en la última página de este periódico Carlos Reigosa. ¿Se acordará de algo tan esencial Rodríguez Zapatero en el mitin que protagonizará hoy en el Palacio de los Deportes o seguirá caminando por la senda de ese pugilato insufrible y demagógico? Va tener que afinar el presidente en este decisivo partido de un play off caracterizado, si las encuestas no se desvían demasiado de la realidad, por una gran igualdad. Va a tener que afinar, tanto él como el candidato a la alcaldía de la capital Paco Fernández. Ambos deberían resolver esa ecuación un tanto perversa, ladina, según la cual, el bienestar ciudadano, los proyectos, el futuro inmediato de la ciudad, estarían ligados a que tras el 27-M se asiente el binomio entre un alcalde socialista y un presidente socialista y de la tierra. Se supone que un presidente del Gobierno debe gobernar para todos y no sólo para los amigos. Pero es ingenuo pensar, a estas alturas de la película electoral, que la cordura y la honradez de los argumentos vaya a ganar la partida a la cerrada estrategia de los discursos ya escritos y subrayados. Esa es precisamente una de las lecturas más cansinas y fatigosas de estas elecciones nada ejemplares: el más de lo mismo pero con sobredosis. Los partidos siguen ejerciendo un despotismo rayano en la tiranía, que impone tácticas y candidatos y cierra la entrada en la sociedad de aires nuevos liberados de las influencias partidarias y próximos a los intereses reales de los ciudadanos. Suenan cada vez con mayor insistencia, aunque desde las cúpulas de los partidos se siga mirando distraídamente hacia otro lado, las voces que reclaman nuevos criterios, nuevos planteamientos, comenzando por la elección directa de los alcaldes. Quizá esa puede ser la lectura más positiva y esperanzadora de estas elecciones. La constatación de que el cuerpo social, los sufridos votantes, exigen, cada vez con más nitidez, una renovación de criter ios, en forma y fondo, que acaben con esa especie de caverna en la que se han convertido las listas cerradas bajo siete llaves. Esas nuevas formaciones políticas «emergentes», que se estrenan prácticamente en estas elecciones y que se presentan bajo el marchamo de la «ciudadanía», son en este sentido un soplo de aire fresco y responderían, al menos a priori, a esa necesidad social de renovación democrática. Frente a los profesio nales de la política, lo que la sociedad precisa son profesionales honestos del servicio público. Hay que abrirles las puertas, por la cuenta que nos trae.