EL RINCÓN
Admiraciones
EN GENERAL a la gente le gusta más compadecer que admirar, la prueba es que se escriben más cartas de pésame que de enhorabuena. Cuando se juntan la piedad ante una desgracia y la satisfacción por un triunfo se produce una insólita fusión de sentimientos. Véase para sentencia, aunque todavía no esté visto, el caso de la Pantoja. No hay nada como presenciar la aflicción de una triunfadora. Sus incontables seguidores deploran que pueda verse entre rejas, como en un cante gitano, y aumentan su fervor, si bien no en la medida en la que ella aumenta su cuenta corriente. Admirar es uno de esos placeres que sólo pueden permitirse las almas delicadas, pero desconcierta bastante que también sea asequible para las que no tienen ninguna delicadeza. Dos millones de compatriotas participaron en el curioso programa «El español de la historia». Los más votados fueron el rey don Juan Carlos, que Dios guarde, Cervantes, que nos enseño a hablar el español, y Cristóbal Colón, que no nació en España. Lo más curioso del catálogo de admirables es lo que tiene de enumeración caótica. La reina doña Sofía ocupa un lugar anterior al de Ramón y Cajal y el príncipe don Felipe precede a Picasso. ¿Es que han votado sólo los monárquicos furibundos? Imposible porque no hay tantos. ¿Su criterio se ha dejado influir por el número de minutos de comparecencia en los telediarios? Hay que hacerse muchas preguntas, pero todas se habrían evitado no haciendo la primera. «¿Cuál es el español más importante de la historia?». Según la votación popular, David Bisbal es más importante que Falla y la princesa doña Leticia precede a Dalí, a Gaudí y al Cid Campeador. Ni Velázquez, ni Goya, ni Quevedo, ni Lope de Vega ocupan los veinte primeros puestos de la Liga. Zapatero está el catorce.