CON VIENTO FRESCO
Tiempo de silencio
HAY demasiado ruido, excesiva algarabía, mucha violencia verbal y escasa reflexión. Es algo estructural de nuestras sociedades modernas. Estos días el griterío es aún más ruidoso por la campaña electoral. Probablemente es eso lo que se busca. Se dice que el tipo de actos que organizan los partidos no sirven nada más que para confirmar en la fe a los partidarios, pues no suele modificar la opinión de los votantes más allá de un diez por ciento. No hay tantos indecisos como se cree, lo que hay es mucha gente que se abstiene de opinar por miedo. Cuanto más ruido hacen los partidos, menos reflexión hay en sus partidarios; no necesitan pensar, sólo aplaudir todas y cada una de las banalidades de sus dirigentes. En esta campaña electoral las ha habido en cantidad, pero han sido pocas las propuestas concretas, quizá porque a los únicos que vemos desfilar por televisiones y mítines son a los dirigentes nacionales, que nada o casi nada tienen que decir en asuntos municipales; por eso se han pasado toda la campaña hablando de problemas que son propios de unas elecciones generales. Al ruido de la campaña sucederá el de los análisis de resultados y sobre todo el de los pactos. Unos mirarán con interés la distribución de las comunidades que eligieron a sus diputados, con especial preocupación en Navarra y Baleares, pues su cambio puede traer graves consecuencias en la política nacional. Otros se frotarán las manos porque han conseguido salir airosos en sus municipios y ya tienen el momio de los próximos cuatro años; algunos tendrán que pensar en irse después de los sonoros fracasos que han protagonizado. No pongo nombres pues en nuestra comunidad son bien conocidos. Los pactos, que arrebatarán algunas alcaldías seguramente al PP, darán mucho que hablar y provocarán mucho ruido, todo porque el actual sistema electoral es una antigualla que habría que cambiar de una vez. Los partidos minoritarios, que son llave para la gobernación, se convierten de forma antidemocrática en tiranos de los municipios, como hemos podido comprobar con frecuencia. Pero el ruido mayor lo provocará las elecciones generales que se anuncian, y que con probabilidad serán adelantadas. Hay demasiado ruido en España y se necesita silencio. Algo que ha desaparecido de nuestra cultura, probablemente por el miedo que ahonda el vacío de la existencia de la inmensa mayoría de las personas. Hacemos ruido y vivimos en el ruido para no pensar o para ahogar los pensamientos que nos dan miedo. El silencio, no el mutismo arrogante de algunos o la censura impuesta al otro, ha quedado reducido en nuestras sociedades al mundo ascético de los monjes o al misticismo de algunas órdenes religiosas, como los carmelitas, que buscan en él un diálogo directo con Dios; se trata del silencio espiritual, del que leo este fin de semana un interesante libro, con ese título de El silencio , que recoge las conferencias celebradas en el Desierto de las Palmas de Benicasim en el año 2005. El silencio no es un valor en sí mismo sino un ejercicio ascético imprescindible para llegar a una escucha permanente de la palabra de Dios, que constituye el ideal de esos monjes y místicos. Pero también en el mundo secular debe haber, en ciertos momentos, un silencio imprescindible para la reflexión política. La política sin duda es acción, es una praxis, pero no ciega e irreflexiva como algunos creen o practican. En otros tiempos, tras las elecciones, los partidos ejercían la autocrítica, que era una especie de puesta en común de los errores cometidos, pero eso también ha desaparecido; ahora todo son excusas y justificaciones. Ha habido en estos años muchos errores, muchos gritos estridentes y desaforados, sobre todo en la izquierda con su revisionismo histórico y su deconstrucción de España; también la derecha ha hecho mucho ruido, demasiado. No sé si la cercanía de las elecciones generales les dejará a ambos reflexionar, pero creo que es necesario un tiempo de silencio para una reflexión común.