DESDE LA CORTE
El disputado voto del municipio rural
TODO EL MUNDO está obteniendo conclusiones históricas de las elecciones. No es por llevar la contraria, pero yo pido permiso al editor y al director para fijarme en mi pueblo. Mi pueblo es Mosteiro, en el ayuntamiento de Pol, provincia de Lugo. Sus resultados no cambian el mapa político, porque sólo tiene un censo de 2.223 electores, que no serían ni una propina de consuelo para Miguel Sebastián. Pero ha ocurrido algo que ni los mayores podíamos imaginar hace años: la suma de la izquierda (PSdeG y BNG) da un concejal más que el tradicionalmente hegemónico PP. Es una pequeña revolución. En 1983 ocurrió un suceso de novela de Cela: un vecino había prometido su voto al BNG. Cuando un caritativo agente lo fue a recoger para llevarlo al colegio electoral, el Bloque tuvo tan mala fortuna que su presunto votante cayó fulminado de un infarto, con el sobre de votación en la mano. Quienes lo amortajaron sintieron una terrible curiosidad: ¿será verdad que, con lo buena gente que era, fuese a votar al Bloque? Así que abrieron el sobre, Dios les perdone. Y se encontraron con que llevaba la papeleta, pero en blanco. No había querido defraudar a quien le pidió el voto, pero tampoco a su conciencia. Para estas últimas elecciones, hubo tantas promesas de voto que cuentan que, si se hubieran cumplido todas, Pol tendría sitio para veinte concejales, en vez de nueve. La gente promete, porque se lo piden, y después vota lo que quiere. Hace un excelso uso de su libertad. Pero este cronista, que observa España desde Madrid, se pregunta, como el día que empezó la campaña: cuando un municipio rural como el suyo decide cambiar su mayoría, ¿cómo se interpreta? ¿Es una respaldo a la política de Zapatero, como suponen los socialistas cuando miran donde han ganado? ¿O el hecho de que el PP sea el partido más votado significa que se alienta ese «vuelco electoral» que canta Rajoy a su favor? Ni una cosa ni otra. Millones de españoles como los de Pol han votado sin pensar en De Juana Chaos ni en altas cuestiones de estado. Han votado porque querían consolidar lo conocido o cambiarlo. Les ha influido, probablemente, la labor que la Xunta o determinadas consellerías desarrollan en su territorio, pero sin pensar para nada en castigar ni premiar a un líder nacional. Y nada más. Por eso acudo a su ejemplo: para pedir a los dirigentes de los grandes partidos que no presupongan nada; que no usen en beneficio propio lo que ha sido defensa de los intereses más próximos del ciudadano normal; que no busquen un voto ideológico donde sólo hubo un voto a la eficacia o a la esperanza de cambio. Eso es todo. O casi todo, visto desde un pequeño municipio que quizá nunca visitarán ni Rodríguez Zapatero ni Mariano Rajoy.