Humillados y aburridos

AL MARGEN del resultado de los partidos políticos, el desenlace electoral, que es cuando comienzan las ataduras, ofrece la ventaja de que podremos cambiar de conversación. Cualquier coyuntura histórica es preferible al aburrimiento. España se ha dividido en churras y merinas, pero lo deseable sería que perdiéramos nuestra condición de rebaño. Los pastores son bastante mediocres, hasta el punto que rehuyen la intemperie y cada uno hace de su capa un sayo, pero lo peor es que empiezan a aburrir hasta a las ovejas. La abstención ha vuelto a subir y regresa al nivel de 1999, cuando casi nadie se metía en lo que le importaba. Así como Navarra ha superado la media, la inhibición en Cataluña se sitúa en último lugar. Diversa España. Parece que en unos lugares les interesa el futuro más que en otros, donde se piensa que lo que sea sonará y se presagia un gran estrépito. Nada peor que el aburrimiento, que es un tedio que lleva aparejado el fastidio. No es exactamente equiparable al hastío y en mi opinión tiene más que ver con las enfermedades propagables. La prueba es que el bostezo es contagioso y delata una forma involuntaria de solidaridad. ¿Por qué cuando vemos bostezar a alguien, que tendrá sin dudas motivos para hacerlo, lo plagiamos los que carecemos de motivos para hacerlo? Nos han dado la tarde durante muchas tardes. No sería mala idea sustituir los más acreditados somníferos por discos donde se reprodujeran los discursos de los mítines. El caso es que últimamente no hemos tenido un minuto libre para recordar al soldado español muerto en Afganistán, ni para interesarnos por los 41 civiles secuestrados por Al Qaeda. Se nos ha reducido el mundo y estamos contando concejales.