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FEDERICO ABASCAL
León

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SE VEÍA venir. Después de una reunión en La Moncloa con el presidente Rodríguez Zapatero, el secretario general de los socialistas madrileños, Rafael Simancas, anunció su dimisión. El Partido Socialista Madrileño no sólo ha sido desde siempre un problema dentro del PSOE sino que, últimamente, parecía el desagüe por el que miles y miles de votos se vertían en las urnas del PP. El doble éxito electoral en Madrid de los dos candidatos populares, Ruiz-Gallardón y Aguirre, ha dado la sensación de que el PSOE madrileño es un cubo sin f ondo, incapaz hasta de retener en sus siglas a ciudadanos tradicionalmente afines. Y el mero hecho de que los grupos dominantes en esta federación tan conflictiva acordasen anteanoche un reparto de cargos, carguitos y funciones en los grupos del ayuntamiento y la asamblea transmitió instantáneamente la imagen de que los controladores internos de la FSM se parapetaban en la continuidad, como si el 27-M no les hubiera afectado. Antes que reconocer la dimensión de una derrota electoral humillante, desde un resorte bien cimentado en la federación se desvió la responsabilidad hacia el candidato a la alcaldía, Miguel Sebastián, y a quien lo había propuesto, el jefe del Gobierno. Parte de la responsabilidad les corresponde a ambos, pero ello no borra la larga responsabilidad que los socialistas madrileños arrastr an de fracaso en fracaso desde hace años. Aunque Simancas dijo ayer que él había presentado la dimisión a Rodríguez Zapatero, tras reflexión en las últimas horas, algo parece indicar que el partido ha dado un puñetazo en la mesa y dicho basta ya a la FSM, de la que se hará cargo una comisión gestora para convocar un congreso extraordinario. Se ha corregido, así, el alegre vivir de unos socialistas madrileños que parecían considerar su propia federación como parte de su patrimonio. Pero una dimisión no resuelve un largo problema enquistado, hasta el punto de que en el PSOE brota la pregunta de si realmente tiene solución a corto plazo el problema madrileño. Otra pregunta sería la de si Rodríguez Zapatero tiene prisa en solucionarlo o va a dejarlo correr como situación interina hasta después de la próximas generales. Cualquier solución que se intente sólo podría plasmarse en un congreso extraordinario, tras una fuerte batalla entre corrientes internas, agrupación por agrupación. Y en cuanto se hurga un poco en la FSM salen a relucir unas fidelidades ideológicas que en otras federaciones parecen más bien difuminadas. En Madrid, por ejemplo, el «guerrismo» tiene mucha fuerza y aunque Alfonso Guerra no siga enardeciendo a sus huestes, un guerrista residual conserva el hábito de oponerse o atacar a todo intento de La Moncloa por influir en la federación, aunque sea predicando sensatez. La sensatez en esta ocasión ha consistido en el mutis de Simancas, una bellísima persona, pero al que se le escaparon hace cuatro años dos diputados de su grupo en la Asamblea, abducidos por el PP, para que fuera elegida presidenta Esperanza Aguirre. Aquello bien merecía la dimisión, por lo que la de ayer llevaba una legislatura de retraso, y eso que los dos tránsfugas socialistas fueron trasladados al PP por una habilidosa trama de constructores de circunstancial fidelidad «pepera».

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