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TRIBUNA

Medio ambiente: la solución es de todos

Publicado por
AMAYA CASTRO IZQUIERDO
León

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VOLVEMOS a celebrar el día del Medio Ambiente y aunque debamos sonrojarnos por lo poco conseguido globalmente desde el año pasado para mejorar nuestro entorno, creo que año a año estamos más concienciados de lo que nos estamos jugando. Pese a ello, ¿seremos capaces de enfrentarnos primero a nuestra propia dejadez, para poder exigir a nuestros gobernantes que tomen las medidas necesarias para que el mundo siga siendo al menos como lo vemos cada uno de nosotros cada mañana al levantarnos, en nuestra ciudad, en nuestro pequeño pueblo, en nuestra playa o en nuestros montes? O, por el contrario, ¿tendré que ponerme a buscar en un libro de geografía cuál es el pueblo más alto de España para poder contestar a la pregunta que unos amigos me hacían el otro día, con más o menos guasa? Decían que estaban pensando comprar una casa en dicho pueblo a fin de huir de una posible elevación del nivel del mar superior a la calculada por los expertos. Siempre es mejor encarar las dificultades con humor, pero la situación ambiental global no permite tomársela a la ligera. Sabemos que los problemas medioambientales a los que nos enfrentamos, como el despilfarro de los recursos, la destrucción y degradación de los hábitats, la extinción de plantas y animales, la modificación del paisaje y del patrimonio geológico, y la contaminación, crecen en progresión geométrica. Y también que las actividades humanas han modificado o alterado el 73% de la superficie de la Tierra, un porcentaje realmente alto aunque queden excluidas zonas inhabitables de rocas, hielo, montañas o desiertos. El deterioro lo constatamos en que la capa superficial del suelo es arrastrada por las aguas o por el viento desde las tierras de cultivo, los bosques talados y los solares en construcción, atascando con sedimentos los ríos, lagos y embalses. En que muchas tierras de pastos han sufrido un exceso de pastoreo y muchos lugares de pesca han sido explotados hasta llegar al colapso. En el hecho de que, en un número cada vez mayor de lugares, se está extrayendo el agua subterránea más deprisa de lo que la naturaleza la repone. Que cada vez es mayor el número de países que pelean por el acceso a fuentes de suministro de agua. Y que los océanos, los ríos y la atmósfera se utilizan como cubos de basura para una gran variedad de residuos, muchos de ellos tóxicos. Los científicos nos advierten de que se produce la extinción de entre dos y ocho especies cada hora, principalmente debido a la pérdida de sus hábitats. Y que en los próximos 40-50 años, el clima de la Tierra se puede hacer lo bastante cálido, como para provocar no sólo un caos ambiental sino también económico. Una de las causas que co ntribuyen a este calentamiento es la liberación de gases provenientes de la utilización de combustibles, que mantienen el calor en la baja atmósfera sumado a la tala abusiva de bosques. Queda mucho camino por recorrer antes de que seamos capaces de crear una sociedad sostenible que gestione su economía y el tamaño de su población sin sobrepasar en todo o en parte la capacidad del planeta para absorber agresiones medioambientales, reponer sus recursos y sostener tanto la vida humana como otras formas de vida, durante un periodo de tiempo de cientos a miles de años. En ese periodo deberíamos satisfacer las necesidades de la población sin degradar o reducir el capital tierra y, por tanto, sin poner en peligro las perspectivas de las generaciones actuales o futuras. El problema sin embargo es que ese mismo tiempo corre en contra nuestra ya que las medidas correctoras son insuficientes, de baja intensidad y muchas veces llegan tarde. Está claro que, como ciudadanos de a pie, tenemos a nivel personal una gran responsabilidad. Cada uno de nosotros debe tomar pequeñas medidas (en su casa, en sus desplazamientos, reciclando, etc.) que reduzcan el «despilfarro de energía», ya que de esta forma los combustibles fósiles no renovables disponibles nos durarán más y tendremos más tiempo para ir introduciendo en nuestra vida cotidiana recursos de energía renovables. Así reduciríamos la dependencia del petróleo y el daño medioambiental local y global al tiempo que frenaríamos el calentamiento global de la tierra. A nivel individual parece mucho lo que podemos conseguir. Si es cierto que existe consenso general respecto a la necesidad de reducir el despilfarro de energía mejorando su eficacia, no ocurre lo mismo en la siguiente opción, y así, mientras unos dicen que deberíamos obtener más energía del sol, viento, corrientes de agua, biomasa, calor almacenado en el interior de la tierra, etc. haciendo la transición a una nueva era de la energía renovable o solar, otros piensan que la respuesta, al menos a medio plazo, está en la energía nuclear, en quemar más carbón y combustibles líquidos y gaseosos procedentes del carbón o en el gas natural como combustible de transición hasta que llegue esa era. Los expertos afirman que hacen falta 50 años y enormes inversiones para poner en práctica nuevas alternativas de energía. Hay que buscar respuestas para cada tipo de energía a cuestiones como, cuál es la cantidad disponible de esa energía en un futuro cercano (los próximos 15 años), en un futuro intermedio (los próximos 30 años) y a largo plazo (los próximos 50 años). O cuál es el rendimiento neto de esta fuente de energía una vez conocidos los gastos de búsqueda, procesado, concentración y transporte hasta el usuario. O cuánto costará desarrollar, introducir y utilizar ese recurso energético. O cómo afectará al medido ambiente su extracción, transporte y utilización. O cómo contribuirá esa nueva fuente de energía a preservar la Tierra para nosotros, las generaciones futuras y las otras especies que habitan en el planeta. Pero dar respuesta a estas cuestiones no es un problema ni de ustedes ni mío; es problema de nuestros gobernantes diseñar políticas energéticas y poner todos los medios necesarios, inversiones, técnicos, investigadores, etc. para trabajar con objetivos claros y reducir drásticamente ese tiempo. Pero no sólo deben diseñar, sino que deben comprometerse a aplicar y poner en marcha las medidas necesarias y hacer que se cumplan. De todas formas, falten o no investigaciones sobre las diferentes alternativas que tenemos, con el conocimiento científico actual ya hay una buena base para que las administraciones ponga en práctica, a gran escala, lo que ya se sabe que puede mejorar nuestro medio ambiente. Sin esas medidas, de nada valdrá que mi hijo se acerque corriendo a cerrarme el grifo mientras me cepillo los dientes, al tiempo que me llama derrochadora. Como usuarios, por nuestra parte, reciclaremos más, compraremos casas más caras alimentadas energéticamente con placas solares, coches más caros de hidrógeno y todo lo que el mercado ponga a nuestra disposición. Es seguro que todos sabremos aportar nuestro granito de arena. Unos y otros. Resulta revelador observar que las «energías alternativas» provienen del sol, del mar, del viento, de las plantas, de las entrañas de la tierra, del agua, etc., es decir que tienen su origen en lo que sustenta la vida en nuestro planeta, de forma que él mismo nos está ofreciendo las «opciones» que necesitamos para salvarlo. Está claro que tenemos todos los ingredientes; sólo necesitamos ganas de hacer lo correcto. Porque ya lo dijo la antropóloga Margaret Mead: «No dudes jamás de que un pequeño grupo de ciudadanos conscientes y comprometidos pueden cambiar el mundo. Lo cierto es que es la única forma en que alguna vez se ha conseguido». Y yo añado: «Y ésta deberá ser la siguiente vez en conseguirse». ¡Por la cuenta que nos tiene!

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