DESDE LA CORTE
Primer atentado múltiple
EN LA madrugada de ayer, los criminales de ETA ya cometieron su primer atentado múltiple. No hubo sangre. Pero, en un comunicado que resume toda su demencia visionaria, han matado todo esto: la libertad que hace catorce meses se empezó a respirar en el País Vasco, y ahora se vuelve al escolta y al miedo; la esperanza de que ésta pudiera ser la ocasión de terminar la barbarie, a pesar de todos los indicios que la desmentían; la confianza en que a través del diálogo se pudiera conseguir el fin de la pesadilla; la posibilidad de que los partidos y agrupaciones llamadas cívicas dieran un ejemplo de altura y renuncia y se avinieran a unirse contra el enemigo común. Ayer fue el día en que todo eso se cayó. Se cayó con estrépito, como en un despertar colectivo en medio de un incendio. «Era una crónica anunciada», han dicho importantes portavoces, y es cierto. Pero necesitamos tanto que callen las armas, que la ensoñación se impuso a la evidencia. Ahora estamos donde siempre: en la amenaza y en la necesidad de respuesta de la policía y la justicia. Sobre la conciencia de alguien caerá la responsabilidad de juzgar si esta banda fortalecida -con «logística inmejorable», dice un informe policial- ha aprovechado el alto el fuego para recaudar, armarse, entrenar, entrar en las instituciones y, una vez conseguidos esos fines, volver a su oficio de matones. El pueblo juzgará si ese mismo «alguien» ha pecado de ingenuidad o, como él dijo, hizo todo lo posible por conseguir la paz. Antes de llegar a ese veredicto, la banda terrorista ha mostrado a nuestros dirigentes tal cual son. Otra vez hemos escuchado la palabra «rendición», cuando es evidente que, si la hubiera, ETA no necesitaría volver a las armas. Otra vez hemos oído cómo se le pide rectificación al presidente, al minuto siguiente de que invocara al estado de derecho (la Justicia), la eficacia de las fuerzas de seguridad y la cooperación internacional. Y otra vez Zapatero cayó en sus trampas verbales: dijo que el futuro de los vascos «dependerá de ellos mismos», y eso es entendido en la derecha como un guiño a nacionalistas; no negó de forma expresa la negociación; no usó la palabra «derrota», única válida en algunos sectores, y le faltó una referencia al pacto antiterrorista. De esta forma, se ha puesto en marcha un discurso político que mira más al horizonte electoral que al combate del terrorismo. Se buscan más las debilidades del poder que las soluciones compartidas para transmitir a la nación cuando menos un poco de serenidad. Y lo que es peor: tal como se han pronunciado ayer los líderes, el terrorismo va a ser otra vez el eje de la próxima campaña electoral. Pero acompañado de luto. ¡Qué pena de país!