AL TRASLUZ
Promesa a mí mismo
AH, la condición humana. Menos mal que no nacemos enseñados y que hay una etapa en la que podemos creer incluso que Caín es un buen chaval. Digamos que hasta los tres años el ser humano tiene arreglo. A partir del cuarto cumpleaños, a nuestra inocencia empiezan a salirle goteras y tendemos irremediablemente a no soltar jamás la mala leche, como Capone ya no soltaba su puro. El lector pensará que tengo la mañana existencialista, pero es el mundo quien la tiene. Porque si no se trata de una inclinación inexorable de nuestros genes ¿de dónde sale toda esta ira de la que nos informan los periódicos, no importa la sección, de qué ancestral nostalgia del canibalismo? ¿Es que aquí la única satisfecha es Paris Hilton, a quien acaban de sacar del trullo porque se le secaba la laca? Han de existir caminos alternativos a tanta exhibición diaria de impiedad; y los hay. No convirtamos la vida en una película de los Teletubies, pero tampoco en un sórdido bolero entonado por verdugos. Ciertos niveles de enfrentamiento cotidiano pueden ser hasta saludables, pues se queman calorías, físicas y psíquicas, pero otros son simplemente obscenos; y en política, por su condición de espejo de las virtudes y defectos de la condición humana, resultan aún más evidentes. Por mi parte, me he hecho una promesa electoral a mí mismo, y la pienso cumplir, dado que soy el único candidato y votante: ya sólo me amarga la existencia el Barça, y lo justo. Puedo prometérmelo y prometo. No obstante, sigo prefiriendo los animales racionales a los irracionales. Cuando más conozco a los hombres, más quiero a mi perro sentenció un sabio de la exageración. Aunque, eso sí, algunos seres humanos muerden y no les vendría mal un bozal. Ah, la misteriosa condición humana. Gracias, Big Bang.