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Publicado por
XOSÉ CARLOS ARIAS
León

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LA IDEA de suprimir el impuesto de sucesiones y donaciones se extiende por la geografía española. Confiadas las atribuciones de su gestión a las Comunidades Autónomas, algunas de ellas, gobernadas por el Partido Popular, han avanzado ya en esa dirección, la cual fue anunciada con carácter general por Rodrigo Rato en 2003. En el campo contrario, el director de la oficina económica de la Moncloa, David Taguas, ha afirmado recientemente que nada justifica el mantenimiento de tal impuesto. Es indudable que existen aquí problemas de competencia entre modelos fiscales que obligan al resto de las Comunidades -al margen de cual sea su voluntad y criterio político- a introducir cambios en sus respectivos impuestos, obviamente en el sentido de recortar su capacidad recaudatoria, que en la actualidad no es pequeña (en Galicia, ahora mismo, unos 145 millones de euros). Lo malo es que el progresivo y rápido deslizamiento hacia esas posiciones, que obviamente suena grato a los oídos de los contribuyentes, está llevando a olvidar la cuestión de fondo, de si vamos o no por el buen camino. Porque no se trata sólo de razonamiento económico, ni siquiera de un clásico debate entre la derecha y la izquierda en torno a la idea de justicia distributiva. Hay también por medio complejos problemas de solidaridad entre generaciones e incentivos al mecenazgo. A propósito de ello, conviene recordar la gran sorpresa que causó hace unos años el manifiesto de 120 multimillonarios norteamericanos (entre ellos casi todos los más conocidos: Gates, Soros, Buffett o Rockefeller) contra el intento de eliminar ese impuesto por parte de la Administración Bush. Muchos descalificaron entonces ese documento como una mera operación de imagen, pero seguramente era mucho más que eso: revelaba tendencias culturales profundas de aquella sociedad -que si en algunos aspectos repele, en otros resulta admirable-, como el estímulo al esfuerzo individual (en este caso, frente a lo heredado), y el notable hecho de que por mucho dinero que uno tenga, si no lo «socializa» en algún sentido, no dejará de ser un paria en la consideración de sus paisanos. Eso explicaría la riqueza de los fondos de muchos museos norteamericanos, o el esplendor de algunas de sus universidades y centros científicos. En España no hemos tenido mucho de eso, pero, por poner un único ejemplo, la espléndida colección de pintura del financiero Masaveu, ¿sería hoy pública en ausencia del impuesto de sucesiones?. Pues otras hay a la espera. Se trata, por tanto de un asunto complejo que exige debates matizados. Despacharlo a la ligera para ganar unos cuantos votos, sería un error impe rdonable.