EL RINCÓN
El regreso
TENEMOS MUCHOS mileurista, pero no es probable que quienes ganen ese dinero al mes lo inviertan en ver a José Tomás en su reaparición en la monumental de Barcelona. Se puede ser muy aficionado a los toros y al mismo tiempo a comer todos los días un par de veces y, puestos a elegir, numerosos admiradores del gran torero preferirán el mantel a la muleta. Es cierto que este muchacho impávido y misterioso es digno de verse y no sale en televisión, al contrario de tantas personas indignas. Hay que pagar por ir a la plaza, pero eso de que en la reventa haya entradas que cuesten 1.000 euros parece algo excesivo. Los mitos no tienen la culpa de que les construyan hornacinas. Ya sé que su regreso a ruedos es toda una declaración de intenciones, en un momento donde está amenazada la estupenda vida del tótem ibérico, que sólo tiene veinte minutos malos, en los que está incluido su destino. Si a eso añadimos su enigmática personalidad y su ausencia, que a algunos se nos ha hecho larguísima, comprendemos la expectación. Lo que no acabamos de comprender es el dispendio. De ahí mi interés sociológico. Mucha gente no irá a ver a José Tomás, sino a que les vean a ellos. Si lo del torero es una declaración de defensa de la fiesta, lo de muchos espectadores es una declaración de riqueza. ¿Cuántos buenos aficionados se quedarán fuera del cráter barcelonés? Desearían ver cómo corre la persuasiva mano izquierda del torero pero no pueden ser manirrotos. ¿Cuántos espectadores de esos que no distinguen una verónica de una gaonera presenciarán el histórico regreso? Se dice que hay peticiones para llenar cuatro monumentales. Se han colapsado los vuelos y los hoteles están a tope. Ni que hubiera resucitado Antonio Ordóñez.