VALOR Y PRECIO
Sarkozy y la dudosa reforma
EL RESULTADO de las elecciones legislativas francesas confirma, aunque con menos ventaja de la esperada, el reforzamiento del presidente Sarkozy. Con ello se cumple la primera condición para lanzar la prometida línea de reformas sobre la economía y la sociedad francesas, afectadas en los últimos tiempos por una paralizante inercia que ha llevado a ese país a perder posiciones en el orden mundial. Hiperactivo, extraordinariamente dotado para la gran política, la imagen de Nicolas Sarkozy es la de un estadista fuerte, que no se conformará con mantener el statu quo, sino que está llamado a introducir grandes cambios en la sociedad francesa. Y de hecho, sus primeros gestos -como la inclusión de conocidas personalidades de la izquierda en su Gobierno- parecen ir en esa dirección. La retórica de algunas políticas -como la exterior, menos alejada de la de Estados Unidos- está ya mutando. Pero si nos atenemos a sus decisiones efectivas, y a lo que parece configurarse ya como su línea de actuación político-económica, cabe preguntarse: ¿es de verdad Sarkozy un reformista? Pues algunas dudas caben a ese respecto. Por ejemplo, todo indica que el tradicional proteccionismo comercial francés se va a mantener, sobre todo en lo que respecta a la agricultura. Dentro de la Unión Europea, si hoy es necesario reformar algo es la nefasta política agraria común: que el actual Gobierno «liberal» imponga su veto a cualquier avance en esa dirección es, como poco, paradójico. También sorprende la prioridad dada a la reducción de impuestos, no acompañada de un recorte del gasto público, sino con cargo a la expansión del déficit, que en estos momentos ronda el 2,5% del PIB, no muy lejos del límite fijado por el Pacto de Estabilidad en la UEM. La propuesta francesa de suspender ese límite causa estupor, por cuanto camina en la dirección opuesta a lo que debiera ser un eje vertebral de las reformas: el reforzamiento de la estabilidad macroeconómica. Y no muy distinto es el significado de sus presiones para relajar la vocación antiinflacionista del Banco Central Europeo. Habrá que esperar, pero, de momento, lo que se advierte tras la fiebre Sarko son muchos de los tics de la vieja derecha gaullista -tan antiliberal-, acrecentados ahora por un hecho singular: Francia es, entre todos los países desarrollados, el que más teme a la globalización. Ello afianza los mensajes de ley y orden, recupera la exaltación de la grandeur y coloca el rechazo a la inmigración en el centro del debate. De todo ello puede surgir una impresión de cambio hacia adelante, pero la realidad acaso sea la contraria.