DESDE LA CORTE
Teoría de la escalinata
EL MIÉRCOLES pasó por La Moncloa el lendakari Ibarretxe. De este hombre no se puede decir que disfrute del beneficio de la simpatía en los ambientes madrileños, ni quizá en otras partes de España. Hizo tantas propuestas estrafalarias y coqueteó tanto con el mundo batasuno, que tiene a casi todo el país en contra. Por mucho que sonría y ponga por delante las más corteses palabras, no puede aspirar a un aplauso de la opinión fuera del País Vasco. Y esa antipatía quizá salpique a quien le recibe en Madrid. En este caso, el señor Rodríguez Zapatero. Entenderse con Ibarretxe, obligación de todo jefe de gobierno, se puede interpretar como una complicidad. La gente quiere en La Moncloa a un señor que le pare los pies. No se comprende, por ello, cómo no hubo una versión oficial del encuentro y sólo hubo filtraciones más o menos clandestinas, pero sin una convocatoria formal a la prensa. Sólo concibo una explicación: Zapatero no puede aceptar públicamente los principios de Ibarretxe (no a la Ley de Partidos, no a las políticas de exclusión, denuncia sobre respeto a los derechos humanos), pero rechazarlos sería introducir un mal ambiente en las relaciones. Con el silencio no se moja, en boca cerrada no entran moscas, y se sostiene ese equilibrio inestable del «mantente mientras dura» que caracteriza las relaciones del Estado con el País Vasco. Lo contrario sería la política de Aznar del «con usted no tengo nada que hablar». Por tanto, a falta de arriesgada explicación oficial, lo que hemos visto ha sido una extraña medida de la cordialidad: los escalones del Palacio de La Moncloa. Las claves del «cordialómetro» son éstas: si Zapatero se queda arriba, frialdad. Si baja un escalón, templado. Si baja dos, afecto. Y si baja del todo, respeto y cariño. Ante Rajoy se quedó arriba, y ante Ibarretxe bajó dos escalones. Resultado para la ciencia política: es más afectuoso con el soberanista que con el constitucionalista. Aquí acabaremos entendiéndonos todos por señas. Quizá sea la forma de mantener la concordia con los nacionalismos. Está bien. Mientras medimos peldaños, esquivamos las cuestiones de fondo. Y esas cuestiones son que Ibarretxe sigue tan tozudo como siempre. No ha bajado ni un solo escalón en su aceptación de la legalidad estatal. Sigue entendiendo los difusos derechos históricos como la auténtica constitución de los vascos. Y, pasado el tiempo, no ha retirado de su cabeza aquel proyecto de hacer de su Euskadi un estado asociado. Al revés: sigue pensando que las Cortes Españolas no son quienes para rechazar lo aprobado por mayoría absoluta en el parlamento vasco. Ahí Zapatero no tropezó con un escalón. Tropezó con una muralla. Y me temo que siempre tropezará.