Diario de León
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León

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A LOS DRUIDAS celtas se les ocurrió subir a los altares al parasitario muérdago y a la aromática verbena, en las noches de plenilunio y en las del solsticio de verano, recomendando que se danzara con frenesí y se entonaran cantos, para concluir con la danza sagrada, lanzando al final un grito profundo y prolongado. Del misterio del muérdago a la simpatía de Tintín, que anoche ardió en la explanada de la Junta en homenaje a Hergé, su creador, hay un larguísimo camino recorrido. Y hay también un radical cambio de mentalidades. A lomos de un idiota antropocentrismo y de grandes dosis de escepticismo, noches como la de San Juan han perdido parte de ese misterio primigenio. Ojalá que, al menos, el fuego haya arrasado una parte de esa mortal autosuficiencia.

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