Perder por abandono

SIEMPRE se habla de «la soledad del mando», pero los que verdaderamente se quedan solos son los que han dejado de mandar. Tocan el timbre y no viene nadie, los ujieres dejan de hacerles reverencias y el teléfono de sus casas sólo suena cuando alguien se ha equivocado de número. Sus ocupaciones les impedían acompañarse a sí mismos, pero al cesar la vorágine que acarreaba el cargo, tienen tiempo para reflexionar y se dan cuenta de que, mucho más que el poder, lo que desgasta es quedarse fuera de él, en la intemperie. No es un mal ejemplo Jaume Matas, que ahora no tiene quien le escriba y antes no tuvo quien quisiera pactar con él. No ha perdido el combate por K. O., sino por abandono. Este hombre, que fue ministro con Aznar y dos veces presidente de Baleares, se va a dedicar a partir de ahora a sus negocios y hay que reconocer que tiene práctica en ellos. Se le reprocha que su gobierno estuviera implicado en la corrupción urbanística en Andratx, pero en esto de la corrupción sólo están libres de toda sospecha algunos peones de albañil. Además no ha sentado bien que se comprara un palacete por un precio cinco veces inferior al del mercado. Ganas de criticar que tienen los votantes. ¿A quién no le agrada que le hagan una rebaja, aunque sea para adquirir unas sandalias? Cuando un político se retira del mundanal ruido y emprende el dichoso estado, que no humilde, de los pocos listos que en el mundo han sabido disimular la procedencia del dinero, inician una nueva vida. En vez de desvelarse por nosotros, duermen como lirones. Incluso les trae sin cuidado que la Unión Europea hay recobrado el aliento con el nuevo Tratado. Sólo tratan de vivir lo mejor posible. Se lo merecen, los pobres. Y sobre todo los ricos.