Diario de León
León

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EL RUMOR sobre la posible conversión de Blair al catolicismo ha dado la vuelta al mundo. Ya venía de lejos, dado que tanto su mujer como sus hijos son católicos practicantes. La iglesia anglicana representa en Inglaterra la identidad nacional, como la niebla y la puntualidad. Su conversión a la fe romana sería algo más que una noticia curiosa. La semilla sembrada en el siglo XIX por el cardenal Newman aún da frutos. He escrito en alguna ocasión sobre los grandes escritores ingleses conversos: Chesterton, Greene, Waugh, Eliot (anglocatólico), Edith Sitwell; esta última quince años antes de convertirse escribió un maravilloso poema sobre los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial, donde ya es evidente que la mecha estaba encendida: «Aún cae la lluvia/ oscura como el mundo del hombre, negra como nuestra caída, ciega como los mil novecientos cuarenta clavos sobre la cruz». Dieron testimonio de sus conversiones, conscientes de que serían criticadas por gran parte de la opinión pública, pero las defendieron con coraje pero siempre con la dialéctica propia de lo cristiano, que no puede desligarse jamás del respeto al otro, la compasión y el anhelo de verdad; en fin, todo lo contrario de lo que aquí vociferan en las ondas ciertos fanáticos. Existe una crisis espiritual de dimensiones universales, pero ¿cuándo no la habido? Y no se la puede combatir con catastrofismo y politiqueo reaccionario, pues no hay enemigo para el creyente. Hay, eso sí, retos, pero ¿alguna vez la Iglesia no los ha tenido? antes, cuando los seminarios estaban llenos y ahora cuando están casi vacíos. El Vaticano advirtió a Blair de que la guerra de Irak era una monstruosidad. Esa es la Iglesia romana, grande y grandiosa. Enrique VIII debe de estar removiéndose en su tumba.

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