EL OJO PÚBLICO
Pluralismo y Educaciónpara la Ciudadanía
SOBRE la nueva asignatura Educación para la Ciudadanía han dicho algunos de sus críticos solemnes tonterías. Pero ninguna justifica el tono despectivo utilizado contra ellos por nuestra una cada vez más malhumorada Vicepresidenta del Gobierno. «Si alguien no está de acuerdo, que acuda a los tribunales». Mediante reflexión tan sutil se ha despachado De la Vega con todos los que muestran preocupación en un asunto muy complejo, lo que parece indicar que a la Vicepresidenta le merecen poco respeto las minorías que disienten de sus juicios y que la Vicepresidenta cree que los simples ciudadanos pueden acudir a los tribunales con la facilidad de los personajes del farandulismo nacional. No es así: sólo lo hacen cuando les va la vida en ello. Con la Educación para la Ciudadanía no le va la vida a nadie, pero el debate que su introducción ha suscitado es central en un Estado que, por ser democrático, ha de respetar el pluralismo del que habla el artículo 1º de la Constitución. ¿Y que significa el pluralismo? Es muy sencillo: que, al contrario que los Estados confesionales, los democráticos se basan en un amplio relativismo moral, que deja a los ciudadanos libertad no sólo para opinar sino también para pensar de maneras diferentes sobre muchos temas controvertidos socialmente: sobre la sexualidad o la familia, por ejemplo. Es ese relativismo moral, sin el cual el pluralismo sería pura filfa, el que convierte en complicada una asignatura cuyo objetivo es, dígase lo que se diga, transmitir valores morales, lo que deja en manos, no ya de quien diseña los programas, sino de quien explica la materia en cada centro, la posibilidad de hacer pura y simple propaganda. A favor o contra de una cosa o de la otra, que a estos efectos es lo mismo. ¿Cómo solucionar, pues, el conflicto planteado? Ni la supresión de la asignatura proyectada, ni su voluntariedad, parecen razonables, dado que a los alumnos debería dárseles, de todos modos, la mejor información para que, respetando el pluralismo, puedan ser buenos ciudadanos. Creo, por esa razón, que la opción más sensata es la consistente en buscar el mínimo común denominador de nuestros valores y principios que constituye, al tiempo, el único límite al pluralismo admisible en democracia: el de la Constitución. Explíquensele a nuestros alumnos la Constitución y sus valores y no sólo podremos resolver el gran problema de cómo evitar el adoctrinamiento sectario a favor de tirios o troyanos: podremos, además, transmitir a los futuros ciudadanos cual será la norma de conducta a la que, piensen lo que piensen, habrán en todo caso de ajustarse.