TRIBUNA
Benedicto XVI y la «teología de la liberación»
En su reciente viaje apostólico a Brasil el Papa Benedicto XVI, entre otros temas, iba a hacer frente a un problema en el que lleva muchos años implicado: la «teología de la liberación», muy presente todavía en el mundo iberoamericano. Ya en el viaje, a bordo del avión, los periodistas la preguntaron por el tema en una improvisada rueda de prensa. El Papa recordó que en las actuales circunstancias «la cuestión es cómo la Iglesia debe estar presente en la lucha por las reformas necesarias, en la lucha por condiciones de vida más justas». Aclaró que en este punto los teólogos están divididos, y se refirió a la Instrucción dada a su tiempo por la «Congregación para la doctrina de la fe», en la que se trató de realizar una labor de discernimiento. En ella -afirmaba- «tratamos de librarnos de falsos milenarismos, de librarnos también de una mezcla errónea de Iglesia y política, de fe y política; y de mostrar la parte específica de la misión de la Iglesia, que consiste precisamente en responder a la sed de Dios y por tanto también educar en las virtudes personales y sociales, que son condición necesaria para hacer que madure el sentido de la legalidad». Ya en esta breve respuesta Benedicto XVI daba importantes pistas que conviene meditar brevemente. En primer lugar la vigencia de aquel documento titulado «Libertatis nuntius» y publicado hace más de 20 años. En segundo lugar la necesidad de liberarnos de una «mezcla errónea» entre fe y política. No existe una opción política única para los cristianos, ni pueden justificarse a estas alturas las injerencias entre lo temporal y lo eterno. En tercer lugar la necesidad de que madure el sentido de la legalidad a nivel internacional, cosa en la que la Santa Sede viene insistiendo desde hace tiempo. Recordemos algunas ideas de la citada Instrucción. Ya en su Introducción se advierte que «Ante la urgencia de los problemas, algunos se sienten tentados a poner el acento de modo unilateral sobre la liberación de las esclavitudes de orden terrenal y temporal, de tal manera que parecen hacer pasar a un segundo plano la liberación del pecado, y por ello no se le atribuye prácticamente la importancia primaria que le es propia». No se niega la raíz del problema, que son las flagrantes injusticias que azotan a buena parte de la humanidad. «Esta llamada de atención -dirá- de ninguna manera debe interpretarse como una desautorización de todos aquellos que quieren responder generosamente y con auténtico espíritu evangélico á «la opción preferencial por los pobres». De ninguna manera podrá servir de pretexto para quienes se atrincheran en una actitud de neutralidad y de indiferencia ante los trágicos y urgentes problemas de la miseria y de la injusticia». La Iglesia es consciente de que, para responder al desafío lanzado a nuestra época por la opresión y el hambre, deberá despertar las conciencias cristianas en el sentido de la justicia, de la responsabilidad social y de la solidaridad con los pobres y oprimidos, porque esto forma parte también de su misión evangelizadora. El documento habla claro a la hora de señalar la causa de estas injusticias: «En ciertas regiones de América Latina, el acaparamiento de la gran mayoría de las riquezas por una oligarquía de propietarios sin conciencia social, la casi ausencia o las carencias del Estado de derecho, las dictaduras militares que ultrajan los derechos elementales del hombre, la corrupción de ciertos dirigentes en el poder, las prácticas salvajes de cierto capital extranjero, constituyen otros tantos factores que alimentan un violento sentimiento de revolución en quienes se consideran víctimas impotentes de un nuevo colonialismo de orden tecnológico, financiero, monetario o económico» (VI.12). Desde el punto de vista teológico el núcleo del problema, lo que podría originar graves desenfoques y confusiones, es en definitiva una reinterpretación del Evangelio: «Préstamos no criticados de la ideología marxista y el recurso a las tesis de una hermenéutica bíblica dominada por el racionalismo son la raíz de la nueva interpretación, que viene a corromper lo que tenía de auténtico el generoso compromiso inicial en favor de los pobres» (...) «La nueva hermenéutica inscrita en las «teologías de la liberación» conduce a una relectura esencialmente política de la Escritura. Por tanto se da mayor importancia al acontecimiento del Éxodo en cuanto que es liberación de la esclavitud política. Se propone igualmente una lectura política del Magnificat . El error no está aquí en prestarle atención a una dimensión política de los relatos bíblicos. Está en hacer de esta dimensión la dimensión principal y exclusiva, que conduce a una lectura reductora de la Escritura» (X.5). Finalmente recordará una vez más que «la llamada de atención contra las graves desviaciones de ciertas «teologías de la liberación» de ninguna manera debe ser interpretada como una aprobación, aun indirecta, dada a quienes contribuyen al mantenimiento de la miseria de los pueblos, a quienes se aprovechan de ella, a quienes se resignan o a quienes deja indiferentes esta miseria. La Iglesia, guiada por el Evangelio de la Misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas (XI.1). Sin duda Benedicto XVI habla de un problema que conoce bien y afronta la realidad con valentía.