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Publicado por
PEDRO GONZÁLEZ-TREVIJANO
León

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LA AUDIENCIA del pasado fin de semana entre el Premier Tony Blair y el Papa Benedicto XVI me ha traído a la memoria, ¡qué quieren que les diga!, la conversión al cristianismo del mismísimo apóstol San Pablo. Por todos es conocido el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que narra la conversión Pablo de Tarso, camino de Damasco, a donde se dirigía para poner fin -sin importarle la dureza de los medios- a las nuevas comunidades cristianas aparecidas en la ciudad. El hasta entonces implacable perseguidor de Cristo, caía en tierra, cegado por el intenso resplandor de una luz cegadora, mientras escuchaba una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Curiosamente, tanto en la historia del arte como en la tradición popular se tiene la imagen de que Pablo se cayó de su caballo, cuando ni en las Epístolas ni en los Hechos de los Apóstoles se menciona tal circunstancia. Así que, aquí hay otra coincidencia más, ya que no desvirtúa mi apuntado paralelismo, que el leader del Partido Laborista llegara a Roma en un moderno coche, y no sobre un brioso corcel. Es verdad que los contextos históricos y personales son distintos. Es evidente que el Jefe del Gobierno británico no es un judío ultra ortodoxo, y que ya pertenece a la comunidad cristina, por más que no sea católico; y, además, la libertad religiosa es una de las libertades civiles amparadas en el Reino Unido y respaldadas hoy por la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. ¡Dado el perfil de las presentes reflexiones, no está de más la denominación íntegra de la misma! Pero afirmado todo ello, no me negaran que no despierta semejanzas la mentada entrevista entre el político inglés, artífice de la denominada tercera vía, y el Pontífice romano, heredero de San Pedro. Blair, como la mayoría de sus conciudadanos, es miembro de la Iglesia Anglicana, aunque nunca se le ha considerado un feligrés especialmente activo. Por el contrario, su mujer Cherie Booth, sí es una católica practicante, aunque haya sabido compaginar estos años un lógico recato en sus manifestaciones externas de culto. Así las cosas, no extraña que casi todas las campanas, ¡no por supuesto las de la Abadía de Westminster!, hayan repicado -nunca mejor dicho-, cuando ha corrido la noticia de que la reunión no se había circunscrito a cuestiones de alta política internacional, sino también sobre la conversión al catolicismo del inquilino de Downing Street. ¿Será pues Blair un reforzado apóstol de la causa católica? ¿Estamos ante un nuevo Edelberto de Kent (560-616), primer rey cristiano y santo sajón? ¿Viviremos un caso como el del cardenal converso John Henry Newman? ¿Se podrán decir de él en futuro lo que se afirma en la Biblia de Saulo de Tarso (Corintios 15, 3-8; Gálatas 1, 13; Filipenses 2, 6; Romanos 12, 16 y 16, 25-27; II Tomoteo 4, 7 y Hechos 9, 4)? De cualquier manera, lo que no se producirá hoy es, de no alcanzarse la conversión, su decapitación en Via Hostia como su antecesor en Roma por el pérfido Nerón. Ni tampoco abordará una frenética actividad misionera en recuerdo de los viajes de aquél por Galacia, Panfilia, Frigia, Misia, Macedonia, Tesalónica y Éfeso. ¡Pero ahí queda!