EL RINCÓN
Paciencia, monseñores
Hay que sobrellevar las flaquezas de nuestros prójimos, que son nuestros próximos, en vez de incitarles a la lucha. Los obispos son pastores, pero han cogido una perra para cuidar al rebaño con esto de la Educación para la Ciudadanía y ahora dicen que enseñar esa asignatura es «colaborar con el mal». Algo ha debido de cambiar con el pequeño Cañizares. Cuando me dieron el Premio ¡Bravo! estuve con el alto clero español y comprobé que eran gentes abiertas, comprensivas y, lo que más me sorprendió, bienhumoradas. Ahora, al parecer, se han contagiado de la hostilidad reinante. ¿Es tan malo que se enseñe algo llamado Educación para la Ciudadanía? La gente de la calle cree que no vendría mal en un país donde no escasean las personas maleducadas. Otros creen que eso de la educación consiste en explicar que «el niño bien educado no escupirá en la sopera», pero en un Estado aconfesional y laico es conveniente ampliar el programa. La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, dice que esa asignatura será «inobjetable» y no impartirla incurrirá en lo que se denomina «rebelión cívica». La Conferencia Episcopal llama al uso de todos los medios legítimos contra su obligatoriedad, así que ya tenemos una guerrita más. Menos mal que, al contrario de la que se desarrolla en el Líbano, no va a morir nadie. Mi amigo Manolo Martín Ferrand, con la lucidez que le caracteriza, ha recordado de los predecesores de los obispos españoles nunca censuraron aquella asignatura llamada Formación del Espíritu Nacional, que eso sí era un adoctrinamiento partidario. Quizá no sea impertinente sugerirle a nuestras autoridades eclesiásticas un poco de comprensión y de sosiego. Tan meritoriamente habituados a la difícil práctica de muchas costosas virtudes, debieran añadirles la generosidad.