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León

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LAS DECLARACIONES del arzobispo Cañizares han sonado excesivamente apocalípticas. Resulta difícil aceptar que los colegios religiosos que impartan «Educación para la ciudadanía» colaborarán en la expansión del mal, tal como ha mantenido, sobre todo porque el Ministerio ha confirmado ya que se podrá adaptar la asignatura a las características de cada centro. Calma, pues. ¿Y si las actuales dificultades con que se encuentra el catolicismo formaran parte de un plan divino? Educar a los niños y a los jóvenes es una altísima responsabilidad que pertenece ante todo a la familia, sí, es cierto, pero ¿a qué modelo de ésta? Deberíamos preguntarnos quién nos educó a nosotros, y seguro que la respuesta no será sencilla, pues es un proceso que no se detiene nunca, misterioso; empieza y termina en la ejemplaridad de nuestros progenitores, en aquello que fue sembrado en nosotros y que a veces no supimos aceptar a la primera. A lo mejor, somos los adultos quienes tendríamos que regresar a la escuela; volver a empezar, recuperar inocencia. Toda educación es un viaje de regreso. ¿Cuándo acaba? Nunca. Y no se puede vivir con miedos, que luego la mayoría de las veces se revelan infundados. Hoy la ciudad es gobernada por un alcalde socialista ¿acaso no asistió con respeto y solemnidad a una misa en la calle Ancha? ¿Podía alguien sensato creer que hubiera sido de otra manera? Más que estar todo el día a la gresca, deberíamos compartir nuestros logros en vez de demonizarnos mutuamente. El mal existe, y gana batallas, pero no creo que utilice como avanzadilla una asignatura, pues tiene su propia artillería pesada. Discrepemos sin reaccionarismos, católicos o laicos, pues, en efecto, estamos ante un debate muy importante ¡Qué bien nos vendría un poco de flema inglesa!