Diario de León
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VICENTE PUEYO
León

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PONTIFICABAN los tertulianos de turno en la radio cuando se le dio paso a una señora de la calle y comenzó a hablar de «las dos Españas». «Ya estamos otra vez, esto me suena» pensé mientras ahogaba la tostada en el café con leche ritual. La imagen de Machado y de su españolito que vienes.. . cruzó rauda la mente pero se desvaneció a medida que la voz femenina iba atando el argumento; hablaba de otras dos Españas: la de los ricos y la de los otros. La que se nos vende envuelta en prosperidad y jugosos datos macroeconómicos y la que pisa el suelo de la precariedad. Quien llamaba era de esta última España y su llamada rompió la monotonía de una tertulia servida con los platos archiconocidos, alejada, como estamos últimamente la mayoría de los medios de comunicación, de esa España real que de repente se asomaba al otro lado del teléfono. Qué gran ocasión (perdida) de entrar con valentía en este atropello cotidiano de derechos, en ese anchísimo territorio de los (cada vez más) supervivientes. La cuestión tiene miga porque se suponía que teníamos un gobierno socialista, para entendernos «de izquierdas», y el caso es que el paisaje está más que borroso. Veamos: a pesar del vigoroso crecimiento económico que se ha registrado en los últimos diez años, los salarios reales medios han bajado un 4 por 100. Son datos crudos extraídos de un reciente informe de la OCDE relativos al periodo que media entre 1995 y el 2005 y que certifican la progresiva pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores mientras los beneficios empresariales se han disparado como misiles: un 73% entre 1999 y el 2006. Cabe sospechar que este despegue económic o, del que se están aprovechando unos (pocos) mucho más que otros (muchos), tiene su explicación, al menos una parte de ella, en un largo periodo de calma laboral y de moderación salarial, escoltada por unos sindicatos que parecen haberse resignado a colgar el mono reivindicativo siguiendo seguramente el ejemplo de nuestra tan bienpagada como improductiva clase política. Nuestro Gobierno ha desplegado un esfuerzo encomiable para hacernos más libres y tolerantes pero ha dejado para sabe Dios qué septiembre la asignatura de la justicia social y distributiva algo que, a fuerza de no practicarlo, suena ya a antiguo, a rancio. Y uno se pregunta que, si esto es lo que hace un Gobierno «de izquierdas», qué nos puede esperar con un gobierno del lado contrario. Esto no tiene nada que ver con la demagogia. La precariedad laboral, que afecta de forma más sangrante a los jóvenes pero desde luego no sólo a ellos, es una lacra real: dos de cada tres trabajadores jóvenes españoles tienen un contrato que sólo cabe calificar de precario. En total, según un informe de la Fundación Foessa para Cáritas Española, la precariedad laboral afecta a unos tres millones de pesonas en España. Y basta bucear en el proceloso océano de las subsubsubcontratas para encontrar situaciones laborales rayanas en la explotación pura y d ura: horarios infinitos, vacaciones inexistentes, movilidad laboral permanente... ¿cómo llamar a esto? Gracias, señora de la calle, por sacarle los colores a la realidad... y a los tertulianos.

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