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Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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EL DEBATE que hoy comienza, el más solemne del curso político y el último de la legislatura, deberá servir para poner en suerte el toro electoral a los distintos espadas que lidiarán dentro de poco en la plaza ideológica. Si el 27-M significó una especie de primera vuelta de las legislativas, que ha euforizado al PP que ganó las municipales por 180.000 votos (y ya se sabe que, en lo que llevamos de democracia, quien ha ganado las municipales siempre ha vencido después en las generales), este debate sobre el estado de la nación representa el arranque de la campaña electoral, larga y agotadora, que habrá de durar ya hasta las elecciones de marzo -previsiblemente- o, con menor probabilidad, anticipadas al otoño. Así las cosas, y si la política fuera razonable, cabría esperar de los líderes políticos una especie de rivalidad en la exposición anticipada de los grandes proyectos con que las fuerzas políticas tratarán de seducir a los electores para que éstos les otorguen su confianza en la siguiente legislatura. Zapatero debería, pues, construir, sobre el balance interesadamente favorable de su gestión, una transposición a medio y largo plazo de su proyecto global, que serviría de argumento para reclamar el voto: ninguna propuesta de Estado importante puede desarrollarse en una sola legislatura. En la misma ilación lógica, Rajoy, por su parte, debería denostar la obra de Zapatero, a su juicio detestable como es natural, y sobre sus cenizas apoyar la propuesta idílica de una nueva política, de un proyecto renovador y capaz de suscitar ilusiones y esperanzas. Algo de eso habrá, probablemente, en el debate, que sin embargo no escapará a la tradición indecorosa de la acalorada confrontación, con denuestos e improperios incluidos, que viene cumpliéndose rigurosamente desde que en mayo del 2005 Zapatero propuso la resolución que había de permitirle ensayar un proceso de paz dialogado con ETA. Lógicamente, no puede obviarse la cuestión terrorista, que sigue siendo -sobre todo después de la ruptura del alto el fuego- el principal problema político que tiene este país, pero hay pocas esperanzas de que se aborde razonablemente. Más bien parece que peligra el precario consenso que consiguieron Mariano Rajoy y Rodríguez Zapatero hace escasas semanas sobre el particular. Es claro que habrá que conjugar ciertas decisiones judiciales con el consenso que ya han conseguido PP y PSOE en todos los demás nuevos Estatutos aprobados y en vigor, incluso el andaluz, sorprendentemente similar al catalán. Tampoco estaría de más que, ante la sensación de que nos encontramos en el extremo de un ciclo económico -la crisis inmobiliaria pende sobre nuestras cabezas-, los partidos expusieran sus fórmulas para mantener el rumbo del desarrollo y el crecimiento, y para alejar el fantasma de la recesión, que, de llegar, nos produciría el problema sobreañadido de una gran población inmigrante en paro. En definitiva, sería muy sensato -y por ende, improbable- que Zapatero y Rajoy nos obsequiasen con algunas ideas y propuestas clave que ayudaran a formar impresiones susceptibles de decantar en las urnas cuando hayamos de decidir en ellas el signo de la siguiente legislatura. 1397124194

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