Diario de León
Publicado por
JOSÉ LUIS MEILÁN GIL
León

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LA UNIÓN EUROPEA acaba de dar un paso adelante en la tensa cumbre de Bruselas. A la presidencia portuguesa corresponde convocar la conferencia intergubernamental para redactar el nuevo tratado que sustituirá al fallido intento de Constitución europea. Se cuenta para ello con los acuerdos hilvanados. Frente al ambicioso propósito de una Constitución, que sugería la idea de un Estado, se levantaron esperadas resistencias. Al final se ha reconducido. Angela Merkel y Sarkozy, por diferentes motivaciones, se volcaron en la nueva dirección, que no ofreció resistencia. Como impulsores de esa iniciativa reduccionista no aparecen como menos europeístas que quienes promovieron aprobar la Constitución finalmente abandonada. Existen percepciones diferentes bajo el manto de una Europa Unida. La defensa de la distribución de cuotas de poder para adoptar decisiones que introducía la Constitución, alterando la acordada en Niza, es lógica en Alemania, Francia o Italia, que las ven aumentadas por población. Se comprende que no levantara el entusiasmo de Polonia a la que, como a España, se las reducen. No es cuestión pequeña, porque la ampliada Unión Europea habrá de adoptar muchas decisiones por mayoría. Los países del Este europeo aprobaron la Constitución por razones de supervivencia política y económica. La adhesión de Bélgica y Luxemburgo, con sedes comunitarias, es fácilmente comprensible. Portugal fue prudente y, como los británicos, esperó a velas vir. La temprana exhibición de europeismo, realizada de buena fe por el pueblo español al aprobar en referéndum con el conjunto de la Constitución la reducción de la cuota de poder acordada en Niza, nos dejaba sin capacidad de maniobra en Bruselas para recuperarla. La tozudez de Polonia y la cesión de Alemania, la mejor tratada con la reforma, para mantener las actuales cuotas hasta 2014 o 2017, nos ha beneficiado. El Reino Unido consiguió que se aceptaran sus reivindicaciones sobre la Carta de derechos fundamentales o que no exista Ministro de Asuntos Exteriores. El Alto representante para la política exterior «velará por la coherencia exterior de la Unión». Deja suficiente margen para la acción de los Estados. Los franceses aprovecharon la coyuntura para que no figure en el Tratado el principio de libre competencia, que iría en contra del proteccionismo de su agricultura. Algo parecido habría que decir de la petición de Holanda, otro de los fundadores de la hoy Unión Europea, en favor de los Parlamentos nacionales. La experiencia enseña que se está construyendo, de alguna manera, una Europa a la carta. No hay por qué renunciar a incluir en el menú lo que es del gusto del país. Forma parte de la capacidad y del arte de cada gobierno intentarlo y hacerlo a tiempo.

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