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Publicado por
PANCHO PURROY
León

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LLEGARON LAS FIESTAS de San Fermín y el cohete de las ocho de la mañana, en los corrales de Santo Domingo, despierta emociones al iniciar el encierro de toros y gentío. Entre la tribu variopinta que espera a la manada, me quedo con el mozo tradicional, amigo de la emoción de las astas subordinada a la juerga, lo que significa que solo acude a correr el día que se encuentra en forma, sin haberse pasado de copas la noche anterior. Es algo espontáneo y valiente, satisfacción propia sin alharacas al sentir a la espalda el bufido de los cornúpetas. Con la propaganda de la televisión, ha aparecido una nueva casta, los divinos, integrada por narcisos, muchos acompañados de propaganda pagada en la camiseta. Estos presuntos divos una hora antes del encierro ya están haciendo gimnasia y estiramientos, en vez de bailar con las dianas, en rincones delante de las cámaras para que tomen nota de sus poses de valientes perdonavidas, actitud que combinan con dar empujones a todo quisque con tal de salir en el reportaje. Uno de ellos, Julen Madina, calvorota divino, hasta fundó una academia de enseñanza de correr a los toros, ciencia personal que no impidió una cogida que Pamplona contempló más con chanza que con pena. De los extranjeros, que se llevan la mayor parte de las cornadas, comentar su mayoritaria falta de responsabilidad. Abundan los que se meten en chanclas, dispuestos a grabar en el móvil la aventura, algunos convencidos de que se trata de una procesión de vacas sagradas. Bastantes de los guiris son tías desconocedoras de la fuerza y colocación necesarias ante unos toros que, en décimas de segundo, pueden cornearte, a veces cuando se levantan de un tropezón justo cuando llegan los toros. No distinguen cabestros de miuras o vitorinos, esponjas de cerveza de correr anómalo en las que los bravos se ceban. Más vale que el capote de San Fermín hace milagros y que la torada, en general, corre noble sin derrotar sobre tanto insensato.