Diario de León

EN EL FILO

El bigote de Sir Ralf

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VALENTÍ PUIG
León

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FRENTE a la persistencia de los instintos nacionales alguien como Ralf Dahrendorf representa la capacidad de concebir una Europa definitivamente sin fronteras. Nació en Hamburgo y estuvo en la universidad y la política de Alemania. Ahora, como lord Dahrendorf, entre dos sesiones de la Cámara Alta británica, se hace arreglar el bigote en una acrisolada barbería de Jeremyn Street, la calle londinense de los mejores camiseros. Este sociólogo de liberalismo con muchos matices bien ganado se tenía el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. En sus libros se aprende a interpretar los procesos más interiorizados de las sociedades europeas -las que avanzan por el método de ensayo y error- y pocos han analizado con tanto tino las consecuencias del derribo del muro de Berlín. Frente a quienes darían preferencia a los experimentos de democracia participativa, Sir Ralf mantiene la convicción de una democracia representativa con futuro. No en vano ha tenido escaño en el parlamento regional de Baden-Württemberg, en el «Bundestag» alemán, en el Parlamento Europeo y ahora en la Cámara de los Lores, junto al Támesis. Acaba de aparecer en las librerías El recomienzo de la historia , donde Dahrendorf analiza lo que va de la caída del muro a la guerra de Irak. Entre ambos hitos fundamentales se despliega el nuevo mundo de la globalización. Otro libro reciente, más divulgativo, son sus conversaciones con Antonio Polito, «Después de la democracia». En todos los casos, para Dahrendorf la cuestión crucial es hacer que en las sociedades abiertas y libres sean compatibles la prosperidad económica con la necesaria cohesión social. Es claramente partidario de hacer las reformas antes de que los procesos revolucionarios se impongan. «La tarea futura, en todo caso, es la de llenar las estructuras de la sociedad abierta con la vida de la sociedad civil», dice. Hay ahí el triángulo Estado, mercado, sociedad civil: mantener su equilibrio es la primera tarea de la libertad. Es decir: la ciudadanía define en forma práctica, casi jurídica, lo que todos los seres humanos tienen en común, para que luego sean libres de desplegarse en todas sus diferencias. En definitiva, el sentido auténtico de la ciudadanía consiste en permitir la vida en la diferencia. La sociedad civil «es un caos creador en el mejor sentido». Dos son ahora mismo los enemigos de la sociedad abierta: la tribu y el totalitarismo. Los tenemos ahí, siempre demasiado cerca. Fueron protagonistas del siglo XX, el siglo más corto. Transcurre entre la Primera Guerra Mundial y el desplome del socialismo real en 1989. Con la globalización, perece también el proyecto socialdemócrata. Dahrendorf ha sido muy crítico con la Tercera Vía capitaneada por Tony Blair. Esa globalización puede introducir nuevos conflictos pero también significa un sinfín de oportunidades, para los países más pobres, por ejemplo. Al mismo tiempo, existirá la tentación de los nacionalismos populistas y del aislamiento proteccionista. Frente a la idea de una Europa que sea un solo Estado, Dahrendorf cree en el Estado nacional y que la democracia parlamentaria clásica tiene un gran peso. Más Europa no significa mejor democracia y puede resultar en menos. De hecho, no existe un «demos» europeo, ni una opinión pública europea sedimentada de forma homogénea. «El Parlamento Europeo -hay que decirlo- no es un instrumento efectivo de mediación entre la UE y los ciudadanos», dice Dahrendorf. Como espacio democrático, la UE es algo todavía artificial: lo que existe son las democracias de los Estados-miembros. Lo vimos en el «no» de países significativos en el referéndum sobre el Tratado Constitucional. Fue una válvula de escape para los nuevos populismos porque -como dice Dahrendorf- la democracia es compleja y el populismo consiste en simplificar. No es mala cosa asistir unas horas a las clases de Sir Ralf.

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