Diario de León
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ASSUMPTA ROURA
León

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LOS AEROPUERTOS europeos, incluidos los de mayor envergadura, dentro de diez años no podrán absorber la demanda de pasajes según los últimos informes. Pero no es la inminente renovación de infrastucturas que deberán atender los países y la UE lo que me interesa subrayar sino la nueva fisonomía que nuestra psicología y por tanto nuestro carácter está adoptando y que el dato aportado no hace más que confirmar. Con independencia de las facilidades que a la mayoría nos brinda el nuevo siglo para viajar sin más límite que el que cada uno de nosotros decidamos normalmente durante las vacaciones, no considero exagerado afirmar que estamos viviendo la metamorfosis que nos transforma de habitantes de tal o cual lugar a seres errantes, de empadronados a simples transeúntes. La revolución industrial en el siglo XIX ya aportó una primera experiencia en este sentido tanto dentro del continente europeo como los movimientos migratorios hacia América del norte, experiencia que nos deberíamos desechar si queremos que este nuevo período sea lo menos traumático posible para los países pobres y los ricos. La diferencia entre el período anterior y el actual radica en las nuevas tecnologías que en buena parte han borrado el rostro humano paradójicamente en las zonas más ricas a favor de un pragmatismo mecanicista: ya no es necesario que los niños vengan de París porque pueden llegar del laboratorio; las emociones amorosas que desde el siglo XII configuraron nuestro carácter son desechadas porque apenas nos queda tiempo y ganas para soportar la felicidad y el desasosiego que nos desatan, y el desarraigo que impone la nueva organización del trabajo junto con la facilidad para desplazarse otorgan a nuestros referentes afectivos, familiares o laborales un modelo operativo totalmente circunstancial. En medio de todo ello, ¿dónde queda la persona? Algunas escuelas de psicología intentan demostrarnos que toda emoción no es más que el resultado de una alteración física pero eso ya lo sabíamos. Además, el hombre no es sólo intelecto, capacidad de razonamiento. El nacimiento del amor en Europa se universalizó y debe considerarse un hecho revolucionario por la transformación que logró en las personas y sus costumbres. Si a finales del siglo XX rompimos con él no fue para avanzar sino por miedo. Deberíamos pensar que la revolución verdadera hoy pasa por reinventar el hombre y con él el amor porque la máquina como única verdad nos destruye.

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