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Publicado por
JOAQUÍN COLÍN GONZÁLEZ Y RAMIRO PINTO CAÑÓN
León

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ASÍ ES si así os parece. Cinco meses después del atentado de Barajas, ETA, que se resistía a dar por roto el alto el fuego de marzo de 2006, se aviene al fin a asumir la interpretación más compartida de lo ocurrido ese día de diciembre: «La tregua ha llegado a su fin». O «Como gustéis»: Eran catorce meses que ya se hacían insufribles a ese sector, minoritario social y políticamente, mas pertinaz en su acoso, que ahora parece celebrar el comunicado de ETA no como la más triste noticia sino como el retorno a la normalidad. Y no a la cercana normalidad, la anterior al 22 de marzo del año pasado, la de más de tres años sin atentados mortales por decisión de la organización armada, sino a la peor de las normalidades, la anterior a 2004. Es llamativa esa general inclinación a ver la ruptura de la tregua como una vuelta al atentado mortal , y no a las formas de actividad armada, si bien igualmente reprobables, de esos tres años sin muertes. En el regreso de ETA a la violencia, pareciera que este sector encontrara al fin la confirmación de su apuesta: sólo en la derrota total del enemigo hay dignidad y belleza. Herederos políticos de un golpe fascista y sus banderas victoriosas, no pueden concebir otra dialéctica que la de vencedores y vencidos. No tienen cabida en esa cultura de guerra los juegos sociales de suma no cero positiva en que acaso ambos contendientes pudieran ganar -en compromiso y radicalidad democrática, en paz duradera, en racionalidad deliberativa- y dar así paso a un horizonte nuevo, en que todos los proyectos, desde el más unitarista al independentismo, se hacen democrática y pacíficamente viables. Es comprensible que el PP y su corte mediática vean con recelo esa eventualidad de un fin dialogado de la violencia. Este partido de la oposición sistemática a cualquier final que no sea la pura derrota, tiene memoria. En la Comunidad del País Vasco en sucesivas elecciones autonómicas entre 1990 y 2001 ese partido pasa de un 8% de voto a un 23%, en un periodo cruelmente marcado por los atentados, mortales en algunos casos, a sus cargos públicos. Una parte creciente de la ciudadanía vasca quiso así valorar y en algún modo resarcir al PP por el daño infligido. Sería de todas formas deseable que no cediera a ese temor de que el fin de la violencia política le deparara algún lucro cesante y no ya tanto a la hora de los recuentos electorales sino a la más decisiva de la evaluación del papel moral de unos y otros, de los que empujan aun con riesgos y errores, hacia una salida digna para todos, y de los que la ponen mil trabas. Nada peor que el lucro moral cesante. Sin duda el momento actual hace difícil la recuperación del ánimo y la esperanza. Por ello ha sorprendido la insistencia de los antiguos miembros de la ilegalizada Batasuna en la necesidad de mantener siquiera entornada la puerta de los contactos y las conversaciones y no dar el proceso por definitivamente roto. Parecen haber apostado por lo más difícil: correr la suerte de ETA, resistir a la reiterada exigencia de una condena que perciben como algo simple y moralmente cómodo. Y quizás peor que inútil, pues abriría una indeseable desvinculación de la organización armada, que, ello sí, pondría fin a toda esperanza de un pronto abandono de las vías violentas y su incorporación a la política. Eso es lo que algunos demandamos y esperamos de la izquierda aberzale mayoritaria, no ritos de condena sino coraje y lucidez para atraer a lo que hoy es ETA a las vías democráticas. Si en 1982 fue posible y hacedero que una parte de la organización (ETA político-militar) desistiera de la lucha armada y se incorporara a las vías pacíficas y democráticas, ¿por qué hoy no? Un signo alentador en esa dirección ha sido paradójicamente la actitud de ETA en los encuentros con los delegados del Gobierno, que de momento se saldan con decepción y fracaso. Se le reprocha que ha invadido el ámbito propio de la mesa de normalización democrática en la que sólo los representantes políticos pueden tener presencia y voz. Ciertamente, cuando aún no se ha dado el adiós definitivo a las armas, esto no es asumible. Pero podría estar revelando una apuesta, ojalá irreversible, por la incorporación a la actividad democrática y pacífica. Hacer posibles todas los proyectos políticos, y no sólo defendibles teóricamente, también materializables, va a ser el reto a que nos aboca el final, tan temido por algunos, de la violencia. En una Euskadi pacificada será democráticamente inaplazable el derecho a decidir el modo y grado de integración o no en el Estado español. Su reformulación como un Estado de nacionalidades (o naciones) en la que la española no sería sino una más, ciertamente hegemónica, al lado de otras, lo convertiría en un efectivo Estado plurinacional. Hoy sería esa una de las mejores aportaciones en el ámbito político de la Unión Europea. «Una audacia discreta», definió Baltasar Gracián la cordura: el mejor don del político, y eso es lo que, más allá de estancamientos o pasos atrás, la ciudadanía sigue demandando a todos los agentes sociales y políticos. Y más particularmente al presidente Zapatero. Pero algo quiso el lúcido aragonés añadir a esa descripción de la cordura civil: «una audacia discreta muy asistida de la dicha».