EN EL FILO
Un crecepelo caro
UN SENSATO pesimismo genético me libró de gastar en crecepelo. No soy de familia de cenizos, sino de calvos tempraneros, calva frontal paterna y calva occipital tierna, y digo calva «tierna» no por blanda y amorosa, sino por calva de mis tíos maternos. Pronto el peine me fue superfluo y los predicadores contra la calvicie no me sacaron ni un patacón, dicho sea en unidad monetaria jurásica que nos pone en las fechas en que a un servidor, impertérrito, le raleaba la azotea. Tiempos de UCD y Calvo Sotelo, cuando mi amiga Blanca, tres años, rezaba todas las noches «por Calvo Sotelo, por Juanjo Moralejo y por todos los calvos, que están horrivilentos». Nota.- Paro de escribir y me pongo de rodillas porque Leontyne Price me canta «Ernani involami» del «Ernani» de Verdi y César Wonenburger se enfadaría si me pillase tomando a rutina lo más sagrado. Sigo. Cuando creía que mi «horrivilencia» ya no iría a más, supe en cruda parajoda lo que valía un peine, pues fui a caer en ese puñetero agujero negro en el que algo te anima Horacio, un tío tan ocurrente por lo menos como Acebes y Pepiño Blanco juntos, y lo sigues en aquello del «carpe diem», no montarse pirulas para largo y disfrutar el hoy sin abrirle mucho crédito al mañana. Pero de ese agujero negro saben sacarte unas manos guay, expertísimas en el sutilísimo arte de matar al inquilino sin que se te muera el propietario, que acaba tan sin pelo de pies a cabeza como la sotana del dómine Cabra en Quevedo, que la creían de cuero de rana. Y no crean que uno pela gratis y con tintura de yodo, porque cuesta un pastón meterte en el cuerpo un «anticuerpo monoclonal quimérico¿ producido a partir de un cultivo de células de mamífero en suspensión (ovario de hámster chino)». Nota: así dice la propaganda y así la presento para denuncia de su odiosa discriminación machista, pues debería decir «de mamífera¿ hámster china», que es la que tiene ovario. Y mientras pelas y pelas a golpe de pelas y pelas con esta y otras farmavirguerías, y mientras deseas el día de volver a echar pelo, en el correo electrónico no te sugieren ni un solo crecepelo, pero te abrasan con sugerencias y pompas de crecegaitas de tal eficacia que no te suscribes porque tendrías problemas de espacio en tu casa. Y ¡sí! llega el día en que vuelves a echar pelo y ¡vaya! resulta más negro que tus pecados. Antes no pasabas de un soso castaño y recuerdas que años atrás en diálogo familiar sobre pelos y colores te atreviste a decir que tirabas más a rubio que a moreno y las hijas corearon estentóreas ¡Muy bueno lo tuyo, Robert Redford! Pero ahora dicen que el padre no estaba del todo descaminado y, sobre todo, nos pasma que una azotea antes obscenamente lisa parezca ahora con su obscena pelusa un cadaval, monte quemado en que el carbón de los tallos de tojos y xestas recuerda tiempos verdes. En fin, el proceso entero de este crecepelo, además de caro, es un ejemplo claro de que el fin no justifica los medios. Francamente, no compensa.