FRONTERIZOS
MIT
LOS PROBLEMAS del teatro gallego, con el que algunos nos iniciamos como espectadores a finales de los setenta, no son muy diferentes de los de la media nacional sumando, si acaso, los propios de una comunidad con lengua propia y una televisión regional que, aunque genera una cómoda actividad laboral para actores y dobladores, convierte la actividad teatral en un sector sufrido y poco atractivo. Aun así, el número de productoras y compañías es enorme, muy alejado, como en el resto del país, de la lógica de la realidad, y su actividad fuera de la frontera gallega, salvo muy contadas excepciones, prácticamente inexistente, manteniéndose a salvo en un mercado local protegido y un tanto endogámico. El nuevo gobierno bipartito ha iniciado una política de abundantes medidas reformistas con la mirada puesta en el modelo catalán de las industrias culturales pero, evidentemente, se enfrenta a unas estructuras productivas y sociales muy diferentes. En Galicia se mantienen, sin embargo, unos espléndidos actores que cuando casualmente asoman en producciones nacionales son recibidos con asombro ignorante por crítica y público. En este hipertrofiado panorama, la Muestra Internacional de Teatro (MIT) de Ribadavia asoma como un islote con vida propia, y una presencia muy superior a su penuria presupuestaria, ofreciendo un programa equilibrado y convirtiéndose en uno de los pocos lugares de Galicia donde pueden verse propuestas del teatro independiente español tan atractivas como Los cuernos de Don Friolera o Cantando bajo las balas , por citar dos títulos de este año. El «culpable» de todo ello se llama Rubén García, uno de esos locos «envenenados» por el teatro que han mantenido contra el viento errático de la política y la marea tecnocrática el viejo espíritu de la escena que estos días anda suelto por las húmedas piedras hebreas de la capital del Ribeiro.