EN LA CUERDA FLOJA
Dictachurras
LE ESCUCHABAN cuatro personas, dos mujeres y dos hombres, que hablaban poco. Bueno, también yo le escuchaba: desde lejos, pero sin disimulo. Estábamos en un local de Madrid. El hombre se parecía mucho a nuestro Xavier Alcalá: pelo blanco y barba cana, gafas con cristales montados al aire, mirada viva, inteligente, de buena persona. Hablaba de un tiempo, en los años finales del franquismo, en el que quisieron detenerle. Había sido una prueba dura. Se dirigió a los otros que llevaban un rato callados: «¿A ustedes les han arrestado alguna vez?». Dijeron que no. Entonces me miró: «¿Y a usted? Sí, usted, que está tan formalito ahí atrás, ¿le han arrestado?». Dije que sí, que muchas veces. Hice una pausa breve y se le ensombreció la cara, porque no lo esperaba, así que añadí muy rápido: «En la mili». Se rió. Fueron tiempos muy duros, dijo, y lo ilustró con algunas anécdotas -una de ellas, tremenda-, pero, según él, fueron tiempos mejores, «porque había un dictador que sabía que era un dictador, y todos éramos conscientes de que había que preparar el país para otra cosa. No había libertad, pero había esperanza. La gente era mejor. Ahora tenemos un dictadorzuelo medio...» Clavó aquí un insulto que no repetiré, que me disgustó. Mi cara debió de reflejarlo, porque añadió inmediatamente: «O quizá no tan...». Y continuó explorando las diferencias entre aquel dictador y éste, entre aquella gente sana y la de hoy, teóricamente enferma. Pero yo ya había desconectado, porque no estoy para discursos pesimistas o resentidos. Y porque me subyugó la contraposición entre los dictadores que anulan la libertad y los que anulan la esperanza. Me pareció un hallazgo y empecé a darle vueltas. Conclusión provisional: la culpa no es toda de los dictadores, reales o supuestos.