Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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ESPAÑA está llena de deportistas sentados. Se puede ser hincha de un equipo o de una persona concreta permaneciendo inmóvil, ya que el acaloramiento que ponemos en su elogio o en su defensa no nos hace sudar. Ahora estamos contentos porque el deporte patrio nos ha deparado varias jornadas de gloria. Fernando Alonso corre que se las pela dejando atrás a sus propios laureles; Contador gana una etapa pirenaica, demostrando que también tenemos grandes escaladores fuera de la política; Nadal se ha adjudicado el torneo de Stutgart y Sergio García ha acabado el segundo, detrás de Harrington, en el Open Británico. ¿Cómo no presumir de estos esforzados compatriotas si se tiene en cuenta que estar orgullosos de ellos no nos cuesta el menor esfuerzo? Dicen que el deporte delega en el cuerpo algunas de las más apreciables virtudes del alma, como la energía, la audacia y la paciencia. Esto lo sabemos incluso los que no practicamos más deporte que el de subirnos a los taburetes de los bares. También sabemos, por Giraudoux, que el deporte se ha convertido en el esperanto donde pueden entenderse todas las razas humanas. De ahí su glorificación. Lo que ocurre es que desde hace bastante tiempo, a la gloria se ha unido el dinero. ¿Qué podrían cobrar los vencedores de las Olimpiadas, si en vez de que los cantara Píndaro, llevasen zapatillas Adidas? Gracias a nuestros triunfantes deportistas se amenizan las conversaciones de sobremesa, gravemente afectadas por las declaraciones de los señores Zapatero y Rajoy o por la polémica absurda sobre la asignatura de Educación para la Ciudadanía. A España siempre la ha salvado un pelotón de deportistas. Se convierten en arquetipos para la juventud. Lo que en otros tiempos fueron Santana, Ángel Nieto, Ballesteros, Bahamontes o Indurain, entre otros. Hablar de Piqué o de Acebes hace bostezar hasta a las estatuas.

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