Estado laicista
Del escenario a la calle Hace algunas semanas, un diario de Washington quiso hacer el experimento de que el famoso violinista Bell se pusiera a tocar durante una hora en el metro, como pidiendo limosna. Resultó que sólo le reconoció una joven y recogió unos insignificantes dólares. Poco después se ha repetido algo semejante en el metro de Madrid con Nacho Campillo, un cantante pop muy popular, valga la redundancia, que ha vendido casi un millón de discos. Pues estuvo tocando y tocando durante una hora, sin que nadie le reconociera, y recogió 61 céntimos de euro. ¿Es que todos aquellos apresurados pasajeros eran gente egoísta, sin entrañas, incapaz de compadecerse de la necesidad ajena? No diría yo tanto. Aparte de que la limosna en la calle es un asunto muy discutido desde el punto de vista sociológico, acaso el experimento era en hora punta, y llegaban tarde a sus tareas diarias, sus clases, sus trabajos, sus servicios de jubilado comprometido con obras solidarias, etc. todo ello tan noble y tan legítimo. Por otra parte, no es malo que esas estrellas fulgurantes de los grandes espectáculos, que actúan cantando y contoneándose sonrientes entre miles de fans que les gritan y levantan sus brazos hacia ellos como si rezaran y adoraran a un mítico dios, sepan que al bajarse del escenario no son más que todos los demás. Dado que no podríamos tratar a una muchedumbre con la atención profunda que lo haríamos con cada uno, siempre conviene salir a la calle poniéndose las gafas de la solidaridad y de la caridad que nos darán la empatía necesaria con todos, como ciudadanos, para que en algunos momentos y circunstancias se nos despierte y haga presente la ocasión en la que la conciencia quiere llamar a nuestra puerta para que ayudemos a alguien determinado, no sólo en el aspecto material, sino ante todo en lo espiritual; no sólo dando unas monedas, sino sobre todo una mirada, una sonrisa y una mano abierta como gesto de amistad y fraternidad. Anatolio Calle Juárez. (Navatejera). El bien y el mal no varían Leo en la revista El Semanal , del pasado 15 de julio la carta de Pilar Cano sobre la asignatura Educación para la Ciudadanía ( EpC). Esgrime como argumento a favor, que «el bien y el mal cambian con los tiempos y culturas». ¡Vaya descubrimiento! Es la ideología del relativismo moral, socialmente peligrosa. La mayoría sabemos muy bien que el bien y el mal moral de los actos humanos no es variable o acomodaticio y que está registrado en la conciencia individual desde que el hombre es hombre, independientemente de culturas, épocas y religiones; otra cosa es el sectarismo y las ideologías, que hacen ver lo malo bueno y viceversa. Pero no en todas partes puede el hombre expresarse con libertad: no hay libertad de expresión en los países totalitarios, como China o Cuba, por ejemplo, ni la habrá en donde se imponga un relativismo ideológico, totalitario, intolerante, demagógico, moralmente inaceptable e indeseable. Precisamente porque la naturaleza del bien y del mal no cambian, más de trece mil padres han optado ya por la objeción de conciencia frente a EpC. No quieren muchos padres el adoctrinamiento «moral» que han impreso a la citada asignatura, por ser ideológico y diferir de la educación que la mayoría de los niños reciben en su familia. Los Estados y gobiernos deben apoyar a los padres en materia de educación, no usurparles en su derecho a educar a sus hijos según sus propias convicciones religiosas y morales, inconcebible en una democracia verdadera. Leónidas T. del Brío (Valladolid).