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Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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EL PROVERBIAL victimismo del nacionalismo catalán, tantas veces reprochado a Pujol, ha encontrado últimamente fundamento en las sucesivas contrariedades que padece Cataluña. El tópico del «catalá emprenyat», el catalán cabreado por la postergación histórica, por el desdén con que Madrid ha gestionado su confinamiento periférico, se convierte poco a poco en realidad inteligible a medida que se producen y se asimilan los agravios: ahora hace un año que se produjo la salvaje ocupación de las pistas del aeropuerto de El Prat, y en ese período el mal funcionamiento de las cercanías de Barcelona, todavía en manos de RENFE, han sometido a los usuarios a un pertinaz calvario que ha asomado recurrentemente a los medios de comunicación. El retraso del AVE es casi secular y sólo faltaba el apagón, irritantemente calificado de «accidente» por Endesa y Red Eléctrica, para que la indignación se hiciera carne y terminara de deprimir a una opinión pública muy vapuleada, que no se siente precisamente orgullosa de su reciente proceso estatutario (la fuerte abstención es prueba de ello), ni de su proceso político, ni del encaje de su comunidad en esa España ingrata que la ha tratado frecuentemente con hostilidad e incomprensión. De cualquier modo, conviene objetivar lo que acaba de ocurrir: ni en Madrid ni en alguna gran ciudad española no existe memoria de un apagón que haya dejado sin suministro a miles de usuarios durante más de setenta y dos horas. En consecuencia, la precariedad del sistema de distribución de Barcelona es, a la luz de la evidencia, el peor de todos. Y eso es simplemente agraviante. Pero, paradójicamente, el apagón de Cataluña, objetivamente relevante, juega a favor de la resolución de las grandes carencias materiales del Principado. Este fracaso ha servido en efecto para demostrar que la paciencia de los catalanes no se está agotando por frívolas razones sino por sólidos argumentos, lo que facilita las cosas al Gobierno central, que hasta este momento tenía grandes dificultades para compatibilizar la atención a Cataluña con el recelo que esta preferencia suscita en el resto del Estado. Se hace patente que Cataluña no habla por hablar cuando denuncia un déficit histórico de inversiones en infraestructuras, cuando reclama al menos un trato igualitario con respecto a otras regiones mucho más favorecidas como Madrid. En consecuencia, el Ejecutivo de Zapatero encontrará más apoyos sociales a la hora de aplicar las previsiones referentes a Cataluña: el AVE llegará a Barcelona antes de que finalice el año; las cercanías de Barcelona serán transferidas a la Generalitat en enero (así se lo anunció Zapatero a Duran Lleida en el debate sobre el estado de la Nación); y pronto se creará el consorcio para gestionar el aeropuerto de El Prat con fuerte presencia de las instituciones catalanas.