Diario de León

EN EL FILO

Desasosiego en Cataluña

Publicado por
VALENTÍ PUIG
León

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A POCOS meses de tener su nuevo «Estatut» la sociedad catalana -según las encuestas- pide más autogobierno, mientras Barcelona se queda a oscuras, los trenes de cercanías funcionan mal y el aeropuerto del Prat resulta deficiente. Políticamente, nadie quiere cargar con el muerto. En estos casos, se achaca la culpa a Madrid y ya está, pero lo que ya no se sabe es si ese sistema -el victimismo, el agravio comparativo- puede seguir funcionando cuando la gestión de Barcelona, de Cataluña y de toda España está en manos socialistas y en los tres casos con el apoyo de «Esquerra Republicana», el mismo partido que ya ha lanzado una campaña con el lema «Que pague Madrid». En la hipótesis de que el déficit de infraestructuras de Cataluña se debiera a Madrid algo tendrían que ver el gobierno de Zapatero, el ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat que preside José Montilla. Lo que ocurre es que en La Moncloa, en el Ayuntamiento de Barcelona o en la «Generalitat» algo se ha hecho mal, algo se negoció con los pies, la regulación de las empresas implicadas ha sido errónea, la gestión institucional pudiera ser defectuosa y la política quizás esté en manos de un partidismo más bien ajeno a la idea de servicio público. Según los precedentes, en estos casos al final casi nunca pasa nada pero ha ido quedando un poso de insatisfacción y desasosiego sin nombres, fácilmente convertible en populismo. En correspondencia, se insiste en pedir selecciones deportivas catalanas -cuando los deportistas quieren jugar en las elecciones españolas-, se recela de los éxitos de Valencia, Madrid es la gran ladrona, el Partido Popular tiene la culpa de todo y Carod-Rovira envía subvenciones para la promoción del catalán en las islas Baleares. Habla Jordi Pujol de un cierto rebrote de petulancia en Cataluña. Esas cosas han ido ocurriendo mientras parte de Barcelona -la Barcelona de Woody Allen y de la hipermodernidad- estaba a oscuras. Así andaban las cosas cuando un influyente socialista catalán, Miquel Iceta, aparece y dice que el apagón es la venganza de Pizarro por la OPA que La Caixa lanzó contra Endesa. La pérdida de autoestima en la sociedad catalana -entre políticos sensatos y sobre todo en el empresariado- es fácilmente detectable, aunque sólo sea en la fugacidad del puente aéreo. Se dice en voz baja que el envite del nuevo estatuto fue innecesario e incluso contraproducente y que lo positivo hubiese sido mejorar el sistema de financiación autonómica y garantizar buenas dosis de inversión en infraestructuras. En realidad, en eso consistieron los pactos del Majestic entre PP y CiU cuando en su primera legislatura Aznar no tuvo la mayoría absoluta. A cambio, Pujol se comprometió a no pedir reformas estatutarias. Aquello, ciertamente, funcionó. Luego vino Maragall aupándose en el tripartito. Exigió un nuevo estatuto pensando que en Madrid gobernaría Rajoy y que la reivindicación le daría alas para mucho tiempo. Zapatero cogió el guante. Luego el 11-M cambió muchas cosas. Con el tripartito se hundió el barrio del Carmelo y Carod-Rovira, un buen día que estaba de presidente autonómico en funciones, se fue a Perpiñán a hablar con ETA. A la larga, Rodríguez Zapatero liquidó políticamente a Maragall. Entra Montilla en escena. La expectativa fue de gestión en calma, de menos nacionalismo, de coherencia hispánica. De todos modos, ERC continúa con lo suyo y Barcelona se queda a oscuras. Como respuesta, las caceroladas de estos días no tienen la misma interpretación que las que hubo cuando la guerra de Irak. Entonces el objetivo a abatir era Aznar. Ahora, ¿contra quien se hacen las caceroladas?.

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