Hurí

MUJER bellísima, que tiene los ojos muy hermosos, creada por la fantasía religiosa de los musulmanes para acompañar a los bienaventurados en el Paraíso. Mis viajes por Marruecos, estudiando el leopardo del Atlas, han servido para observar nubes de huríes que abundan en los bares de los hoteles, dedicadas a beber cerveza y buscar sexo pagado por la clientela. Preguntadas por los gustos de los turistas, dan clases magistrales de erotismo. El francés gusta de que se la chupen, acto de escasa duración si la maestra -felatriz- domina las técnicas del chupeteo, pero, visto y no visto, si la suripanta inexperta -felatroz- muerde la flauta gala. El inglés ama el dolor causado por el látigo de picha de camello, anestesiado previamente con galones de guiski, pues, de vacaciones, se le levanta una sed de alcohol superior a la del dromedario perdido un mes en el Sáhara. El yanki presume de musculitos y gimnasio de pesas con anabolizantes y se apunta al salto del puma, en este caso sólo permitido a bisontes de poco peso, no sea cosa que la sufriente termine como el General Custer, aplastado por la batalla de Toro Sentado. Los potentados del Golfo Pérsico no paran por el Magreb y prefieren aterrizar en la Costa del Sol a fornicar con bellezas rusas, ucranianas y rumanas, mientras sacan tiempo para postrarse de hinojos en la mezquita de Córdoba, jugar golf en los greens de Sotogrande y trasegar fino en las bodegas de Jerez durante su visita a ver como bailan los caballos andaluces. Donde estén las juergas y lujo de Al Andalus que se quiten los hoteles moros y jugar al despiste bebiendo zumos de frutas. En Francia, las francesas nacidas de los emigrantes norteafricanos, enfrentadas al duro Sarkozy que calificó de morralla a los quemadores de coches de los suburbios, son conocidas como karbichounettes. La palabra proviene de la fusión de karba -puta- y choum -coño-, equivalente a novieta, colega, tronqui o pendejita en las calles suburbiales de nuestros vecinos.