Diario de León
León

Creado:

Actualizado:

PARA mi generación, decir Bergman significaba estar hablando de cine de arte y ensayo. Supongo que para un joven de hoy, para quien las películas de Indiana Jones ya le resultan demasiado lentas, ver una película del director sueco sería una tortura. Quizá, también para quienes éramos chavales entonces también lo era, porque hizo un cine de autor, difícil y hermoso. Pero aquella lentitud quedaba siempre recompensada, como ocurre cuando te adentras en un libro que exige de ti no rendirte en las primeras páginas, o en una pieza musical que te obliga a una segunda o tercera audición para disfrutar de ella. Mi padre me llevó a ver Gritos y susurros , con la que abrió sus salas el madrileño cine Azul. Él salió fascinado con la película, y yo salí fascinado con mi padre. La semilla quedó sembrada. En Bergman, amor y desamor no son fuerzas contrarias, sino dos corrientes de un mismo río de aguas subterráneas. Hijo de un pastor puritano, su obra es heredera en parte de dilemas religiosos, éticos y metafísicos procedentes del XIX. Maestro vidriero en un tiempo que ya no cree en catedrales. ¿Quién soy, existe Dios, qué es la muerte, es posible ser feliz en un mundo infeliz? se preguntan sus personajes. Cine de miradas y de iluminación. Allen quiso ser el Bergman estadounidense y lo logró en algunas de sus mejores películas, aquellas en las que pese a que la existencia se nos revela como el silencio de Dios, el amor y la bondad aún pueden actuar en la retaguardia. El mejor Carlos Saura buscó la huella del autor sueco. Pero Bergman iba mucho más allá de la sátira política o social, sus películas nos hablan sobre la epopeya cósmica del fracaso, sea a través de un matrimonio en crisis, la guerra o una misteriosa partida de ajedrez con la muerte. Permanecerá.

tracking