Diario de León
Publicado por
RAMÓN PERNAS
León

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HUYE el tiempo como un bandido al que persiguen , se esfuma evitando dar rodeos, es etéreo como agosto, el mes mas corto del año, el que se aguarda en vísperas infinitas y se escapa como el agua que se coge con las manos. El dramaturgo inglés Priestley, autor de obras tan celebradas como La herida del tiempo, El tiempo y los Conway o Llama un inspector, vivió y escribió fascinado y obsesionado por el tiempo. El autor británico seguía las teorías de Dunne, la escuela serialista que sostiene que el tiempo es multidimensional y acerca al hombre hacia una virtual inmortalidad a través de una secuencia infinita de niveles superpuestos. Y aunque yo no participo de esos enunciados, me asomo con frecuencia a medir el paso del tiempo, el peso del tiempo, para que nunca parezca que fue ayer y el pasado sea un leve epígrafe de la voz melancolía, del sintagma nostalgia, al que tan dado soy y que campa en dos cuarteles de mi hipotético escudo de armas, si es que armas tuviera. El tiempo es una herida abierta por donde se desangra la vida, un navajazo que deja una cicatriz que no cauteriza nunca. Los novelistas jugamos con el tiempo a nuestro antojo e inconscientes ignoramos que es el tiempo el que juega con nosotros. El espejismo de agosto, el mes mas anhelado, nos devuelve a la realidad de los espejos deformados, deformantes, los espejos cóncavos y convexos de las barracas de feria que alargan o encogen nuestros cuerpos incapaces de encontrar su imagen y ajenos a su ubicación. Y en llegando a este punto el relator se pone estupendo porque comienza hoy sus vacaciones, y el tiempo inicia su cuenta atrás. Sabe que desde hace una década, mas o menos, Antonio Grandío empezó a leer la vida por las vacaciones pendientes, por la suma de veranos por venir, y sostenía que en esa hilera de agostos estaba escrito el porvenir, Aunque yo mantengo que solo son tesis de economistas amigos, escenarios escasamente fiables. Porque cuando es agosto en mi pueblo, se llena el aire de un alborozo antiguo y un si es no barroco como mi prosa, que impregna el paisaje de fiesta, pone música a las noches y perfuma con afecto los encuentros con los amigos. Por eso el tiempo es escurridizo y huye, se escapa como una sombra, se oculta en cada nueva arruga, debajo de las pecas que brotan en las manos, se camufla entre los pliegues de los recuerdos hasta alcanzar esa inmortalidad que pretendía Priestley, para el que siempre fue agosto que iba y venía para permanecer como una ilusión que se quedó a vivir en el viejo tablado de la farsa representando una obra sin fin.

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