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Publicado por
GERARDO GONZÁLEZ MARTÍN
León

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UN DATO inquietante: el baremo de la barbarie social que salta de vez en cuando en los medios de comunicación dice que al llegar al ecuador del año 3.420 padres denunciaron agresiones de sus hijos, según datos del Instituto de la Mujer. El cómputo general del año 2007 puede quedar bastante por debajo de las cotas alcanzadas últimamente, en que se llegó incluso a 8.150 denuncias en el 2005. Hay demasiada gente preocupada por la estadística en estos asuntos, casi siempre al servicio de una idea. Esta sociedad -dicen- es necesariamente mejor que la de ayer, luego su comportamiento no puede ser más pernicioso en números. En la misma línea, es frecuente oír que en el franquismo morían más mujeres a manos de sus parejas, o había más violencia en el fútbol... Ahora bien, dicen los que llevan su preocupación por esos derroteros, la dictadura no permitía que aquellos sucesos se difundieran. Algo que en ciertos aspectos es verdad pero en otros es una solemne bobada: en aquel régimen, los sucesos, por ejemplo, eran pasto de publicaciones especializadas que contaban innumerables historias truculentas. El interés en la evolución de la violencia social no tiene por qué radicar sobre todo en el número de casos, sino en la actitud que tomamos -nosotros, el poder y los legisladores- ante el fenómeno; así como las causas del mal, raíces que a veces sí están en el franquismo. No se comprende el especial interés en establecer comparaciones, excepto para dos grupos de españoles: los que dan por hecho que estos «males de nuestro tiempo» son consecuencia directa de la democracia y con Franco no ocurrían, o los que estiman que la democracia también es bálsamo que evita que a un desquiciado se le ocurra acuchillar a su compañera, o a un jovencito descargar en sus progenitores tanta violencia como se le sirve a diario por todas las vías.

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