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Publicado por
ROBERTO L. BLANCO VALDÉS
León

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LA POLÍTICA es el resultado de combinar principios e intereses. Del acierto en ese difícil equilibrio depende la calidad de la política que desarrollan oposiciones y gobiernos. La política es mala cuando los intereses arrinconan hasta tal punto a los principios que la acción pública se convierte en mero oportunismo. Y lo es también si ocurre lo contrario: entonces aparece el sectarismo, que no reconoce más principios que los propios. Pero aun puede ser peor: acontece así cuando el descarado oportunismo se disfraza con el rigor moral del sectarismo. La crisis del socialismo navarro, tras dos meses en que el PSN y el PSOE han dado un auténtico espectáculo, constituye un ejemplo insuperable de ese oportunismo, que pretende venderse al público elector como el resultado de una acción marcada por rígidos principios ideológicos. Según ellos, el PSOE no podría apoyar en Navarra un Gobierno de coalición con los vasquistas porque esa acción entraría en contradicción con su política. No seré yo quien lo discuta, pues me he cansado de decirlo. En realidad, quienes lo ponían en duda hasta hace nada eran los propios dirigentes socialistas. Por ejemplo cuando tras las elecciones navarras cantaron las supuestas excelencias de un cambio sedicentemente progresista que vendría de la mano de los nacionalistas. O cuando cerraron hace unos meses en Loyola un acuerdo secreto con el PNV y Batasuna previendo la creación de un órgano común para las Comunidades de Navarra y País Vasco que ahora les parece inaceptable. La pura verdad es que los vaivenes del grupo dirigente del PSOE a cuenta del Gobierno de Navarra ponen de relieve nuevamente la naturaleza de una política guiada sólo por el interés de ganar las elecciones generales. Una política en que ese interés se presenta en cada momento como el resultado de principios severísimos, de modo que acaba por haber tantos principios como formas cambiantes de acceder al único objetivo relevante: ganar a toda costa. No es de extrañar, en tal contexto, que se rebelen los socialistas de Navarra, obligados a hacer lo contrario de lo que antes postulaban los mismos que ahora los fuerzan a cambiar. Ni que Blanco amenace con ser implacable con quien defienda ¡en un partido democrático! una posición distinta a la oficial... que ha ido variando en función de las encuestas. Ni que, al final, todo se traduzca en un fiasco formidable, que demuestra la habilidad de finos estilistas de la pareja dirigente del PSOE, habilidad ya acreditada en la negociación con ETA o en la reforma estatutaria. No es de extrañar, porque todo eso son, como barbarizan los Tonechos en una creación lingüística genial, «gafes del oficio». ¡Menudos gafes!

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