Diario de León
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JUAN J. MORALEJO
León

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RIOJANDO, gerundio regular del verbo riojar, hermosamente regular porque lo conjugo año tras año y acaba en el participio de dejarme bien riojado antes de regresar a mi tierra para rematar la temporada del reo y prepararme para la del paraguas. Animal soy de costumbres y el mejor goce de mis vacaciones sin orgasmo fluvial -¡así como suena!- es este retiro montaraz en La Rioja que, con receta hermosa del recurrente y recordado don Francisco Quevedo y Villegas, aprovecho para escuchar con mis ojos a los muertos y vivir en conversación con los difuntos, es decir, para empaparme hasta los tuétanos y turrarme las meninges en textos y teimas de tiempos idos. Está el día para aliteraciones: a mi espalda tengo el Pancorbo, a mis pies tengo un can parvo: al pobre hombre ¡perdón!... al pobre bicho parece que algún paseante le ha medido las costillas y lo ha hecho espantadizo de más. No se fía de la gente nueva, pero a medida que dejamos de ser nuevos va cogiendo confianza y ya puedes llevarte la mano a la oreja sin que él se sobresalte de infarto. Y es can riojano a tope, pues se llama nada más y nada menos que Bacchus, pero es un macho grandón y papón al que le tiene comidos la moral y el terreno una cadela que no pesa cinco quilos. Es lo que comunmente se conoce como discriminación positiva. Hace días que no compro el periódico, pero estoy al día de todo lo importante, de lo verdaderamente importante, de lo que importa con importancia que no es de importación, sino de aquí y de toda la vida. Por ejemplo, se me abren las carnes con la navajada de cero patatero en codorniz y parece que el conejo no remonta sus tercas pestes porque los trigos linderos con monte y matorral no están mondos y lirondos, cuando hace unos años el conejo dejaba un metro largo de esas lindes al ras, mejor que la segadora más celosa de su misión. Dicen que hay perdiz, pero el caso es dar con ella, porque en mi poca escopeta no hay bicho más cabrito para el visto y no visto. Hace dos años en Faro de Avión pude contar veintisiete juntas y llegué a casa con hipertensión ocular. Ayer mismo, paseando los trigos segados, levanté un bando de ocho o diez pombos, multitud que no veía desde que el «numerus clausus» y las «notas de corte» me privaron de aquellas orgías de bandos a los que no había que apuntar porque un par de tiros al tuntún siempre tenían premio. En fin, la fauna está patas arriba en La Rioja y en todas partes, y abundar, lo que se dice abundar, lo dejamos para jabalí, corzo y zorro. También ayer se me cruzó a toda pastilla en una viña un par de zorros y recordé el Cantar de los cantares y lo de «cazadme las zorras que destruyen las viñas», cosa que hoy suena horrísonamente chunga e incorrecta, pues sé de unas cuantas que no frecuentan viñedos. Tal vez aquel par fueran zorro y zorra, pero no pude distinguir si el uno corría veloz y la otra corría veloza, aplicándoles el criterio gramatical tan preciso que nos enseña a distinguir el juez de la jueza, distinción mucho más relevante que la de caballo y caballa y ya no digamos que la de foco y foca.

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