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Publicado por
ROBERTO BLANCO VALDÉS
León

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LO ACONTECIDO esta semana en la Comisión de Fomento y Vivienda del Congreso pone de relieve la imparable degeneración formalista por la que se despeña nuestro parlamentarismo. La comisión, reunida para escuchar las explicaciones de la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, sobre el caos en los transportes que tiene en vilo a Cataluña, vivió un debate desabrido tras el cual la mayoría de los grupos del Congreso de los Diputados (PP, CiU, ERC e IU-ICV), en representación de la mayoría de la Cámara, exigieron la dimisión de la ministra. Sólo el BNG y el PNV (¡ellos sabrán por qué motivo!) además del propio grupo socialista, se separaron de esa petición. Aunque es cierto que en España no se recoge ni constitucional ni legalmente la figura de la censura individual a los miembros del Gobierno, no lo es menos que la sufrida por Magdalena Álvarez hace tres días pondría contra las cuerdas a cualquier ministro en cualquiera de las democracias parlamentarias europeas. En muchas de ellas significaría, además, la obligación política del afectado de irse inmediatamente del Gobierno, ante la imposibilidad de seguir contra el criterio mayoritario del órgano de representación de la nación. Pero, como en algo ha de notarse que nuestro sistema parlamentario tiene tres décadas y no -como el inglés, por ejemplo-casi tres centurias, las cosas marchan por aquí de forma muy distinta. La ministra es censurada y la ministra se queda tan tranquila: proclama, demostrando lo que vale para ella el juicio de la cámara, que a ella sólo la quita del sillón su señorito (así suelen referirse al presidente quienes componen su Gobierno) y se prepara ya para hacer frente (¡es un decir!) al próximo fiasco. Esta alucinante forma de actuar constituye, en realidad, la otra cara de la moneda de la alegría con la que en España se piden, a diestro y siniestro, y a troche y moche, dimisiones. Y es que, como la pescadilla que se muerde la cola, el desprecio con el que los miembros del Gobierno -de este y de los que lo han antecedido- despachan las decisiones del Congreso se corresponde con la plena conciencia que tienen los diputados censurantes de que su censura será como soplar contra un frontón. Quizá si sus señorías tuvieran la certeza de que una petición de dimisión votada por la cámara abocaría al abandono del ministro que la sufre, los diputados serían más celosos a la hora de pedir a este o a aquel que lo dejen de inmediato. Pero es igual: la señora Álvarez no se va y Rodríguez Zapatero, además de no cesarla, seguirá proclamando, cada vez que se le ocurra, que su Gobierno, a diferencia de los gobiernos anteriores, respeta escrupulosamente las decisiones del Congreso. Sin ponerse colorado y sin que le crezca la nariz.