HISTORIAS DEL REINO
Made in China
PROLIFERAN en todas las ciudades. Son los «todo a cien» versión oriental. Por un módico precio cualquier cliente puede encontrar variopintos productos que abarcan desde ropa interior hasta juguetes para niños o flores artificiales para los muertos. Con semejante esbozo, no resulta complicado entender la razón de su éxito. En China, un elevadísimo porcentaje de los obreros que fabrican lo que se mercadea en Occidente malvive en unas condiciones misérrimas. Baste recordar las recomendaciones del Banco Mundial a la República Popular para que las suavicen. Pero hete aquí que esa misma tutela estatal orwelliana hospeda al capitalismo más feroz, representado por las grandes firmas internacionales. La última en confesarlo ha sido Mattel, aunque de hecho el 80% de los juguetes que se venden en la patria de Bush tienen en el culo el Made in China. Buscan estos tiburones empresariales huir del férreo control de calidad europeo o norteamericano, que ordena que todos los componentes de cualquier producto cumplan unos requisitos mínimos para la salud del consumidor. Unos controles que, evidentemente, exigen trabajadores cualificados que los supervisen, de ésos que durante siglos lucharon por unos derechos mínimos de salario, horas de descanso, trato digno, etcétera, etcétera. Mas si colocamos en una balanza el bienestar del obrero y del consumidor occidental, y, en el otro plato, las ganancias que llegan de Oriente, siempre pesará más el segundo que el primero. Las consecuencias para nuestra salud resultan evidentes a poco que se ojeen los medios de prensa: se retiran los piensos por muerte de las mascotas por contaminación con melanina, se prohíbe la pasta de dientes de química sospechosa, los pescados y marisco que llegan cargaditos de salmonera y antibióticos se incartan, se secuestran los juguetes por envenenar a nuestros hijos con tintes dudosos. En China lo del dentífrico y los productos alimentarios ha costado el cierre de casi doscientas fábricas y la ejecución del responsable de estos menesteres de control: Zheng Xiaoyu. Casi nada. Resta añadir que sin sangre ni disparos, también se cierran fábricas en España o en los demás países de Occidente porque sale más barato el embrujo de Pekín. Si algo sale mal, que lo resuelvan los chinos: un par de ejemplares castigos, reconversión acelerada, y aquí euros o dólares y ellos por el camino del Tao. El resultado por ahora es que Japón y China son los dos principales acreedores de la deuda externa norteamericana, una deuda cuyos intereses revierten en Oriente mientras el déficit comercial yankee casi se ha doblado en seis años (850.000 millones de dólares en 2006). Europa se salva todavía, pero ya comienzan a apuntar las señales de peligro: se traslada la producción a Asia, se despiden obreros, se mira hacia otro lado con el asunto de la calidad en beneficio del precio, no se blinda el mercado al tsunami de las importaciones ni se protege la producción nacional desde los gobiernos. A cambio de pequeñas dosis de autocomplacencia consumista, cada vez seremos más pobres. Es lo que tiene la droga: la más peligrosa siempre se maneja con la tarjeta de crédito.