Muerte absurda

EN PLENO debate sobre la siniestralidad en las carreteras, surge otro cómputo todavía más preocupante: durante la primera mitad del año, 580 trabajadores han muerto en accidentes laborales, 419 en el tajo y otros 161 en el trayecto entre su casa y el trabajo o viceversa, un 11% menos. La tendencia felizmente decreciente es la adecuada, y sin duda se debe al mayor control de la administración pública sobre las medidas de seguridad que implementan las empresas, y cuya ausencia puede derivar en la exigencia de responsabilidades penales a los empresarios. Sin embargo, las cifras arrojan todavía saldos excesivos: nada justifica que trabajar pueda ser causa de la muerte del trabajador, que es la muerte más absurda de todas. En realidad, y al contrario de la siniestralidad vial, que refleja prosperidad y, como subproducto de ésta, frivolidad, la siniestralidad laboral indica falta de humanidad, carencia de principios, insuficiencias del régimen democrático en el sistema de relaciones sociales. No velar por la integridad del trabajador es el pecado más grave del capitalismo liberal, que se desequilibra y se pierde cada vez que la fuerza del trabajo paga el tributo más caro de la vida.