Vacaciones en familia

ESTAMOS de vacaciones. Al comienzo del mes, lejos de su domicilio habitual y de sus ocupaciones, con los hijos todo el día para ellos, a pesar de todo, una común y amable pareja dormía la siesta. La joven pareja había logrado después de mucho tiempo comer junta, en familia, e incluso cocinaba. Todo era común; la guapa pareja paseaba unida, la agradable pareja saludaba al unísono. Todo lo hacían juntos en el tedioso y caluroso mes de agosto por el que tanto, la pareja -él y ella-, habían suspirado meses atrás, cuando todo se presentaba halagüeño con pronóstico meteorológico de despejado. Pero la felicidad como el tiempo fue cambiando. A medida que transcurría el mes, los días se les lentificaban y las vacaciones se estancaron como una foto fija de puesta de sol. Lo que era divertido se hizo monótono; lo que en su día fue atractivo se hizo vulgar y así, casi sin darse cuenta pasaron de la ilusión al aburrimiento; de éste, sin solución al desinterés y mas adelante al enfrentamiento; a sobrarse y repelerse; a ignorarse, fijándose en los demás, huyendo de lo propio; a pensar con resignación que la cosa no marchaba; y de ahí a plantearse la necesidad de apurar el mes y mejor dejarlo, pasó un santiamén. Entretanto las estadísticas judiciales se preparaban -se preparan- para llenarse de la realidad sociológica que viene demostrando que en vacaciones estivales se masca el divorcio y en septiembre se consuma con la búsqueda de abogado. Ha empezado la cuenta atrás. Agosto habrá empezado para muchas parejas con benditos planes armoniosos pero para algunas termina con cansancio, incomprensiones y sonidos de guerra. Conformamos una sociedad que busca denodadamente la felicidad pero acierta con dificultad a retenerla y es que los paraísos sólo existen en las propagandas turísticas de las agencias de viajes. La vida real hay que llenarla de tolerancia y dotarla de motivos. Pedalear hasta en las bajadas, pues en otro caso es posible perder el equilibrio.