OPINIÓN
Adolescentes asesinos
NOS LLEGA de Liverpool, la ciudad en la que descubrí, en 1975, la gravedad de la delincuencia juvenil, la atroz noticia del asesinato de Rhys Jones, un niño de 11 años. Rhys Jones fue alcanzado en el cuello por el impacto de una de las tres balas que le disparó un adolescente. Mientras jugaba en un aparcamiento de un pub con dos amigos, les salió al paso un niño de unos 12 años en bicicleta. El niño, que tiene hechuras cerebrales de psicópata, pero que para nada es tonto, apareció con la cara oculta bajo la capucha de su sudadera e hizo su trabajito. ¿Dónde viven estos niños que perpetran y sufren asesinatos?: en este caso, en Croxteth, el barrio del norte de Liverpool, donde también nació Wayne Rooney, un muchacho que tuvo la fortuna excepcional de triunfar en el fútbol, mientras la inmensa mayoría de sus vecinos vegetan por allí con ínfimas perspectivas de futuro. La delincuencia juvenil está asociada a la pobreza económica, al delirio social que nos anima, a través de los canales televisivos y de las vallas publicitarias, al más descontrolado consumo y a la facilidad con la que se compran las armas. En este caldo de cultivo se entiende perfectamente que los más débiles -los menores- pierdan el cerebro. En Liverpool comprendí que la delincuencia juvenil de una vieja película, La naranja mecánica, no era un delirio del novelista Anthony Burgess y del cinesasta Kubrick sino una terrorífica realidad de los barrios marginales del Reino Unido. Y hoy ya es una realidad del resto del mundo.