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León

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INFORMAN los periódicos que el delfín chino de agua dulce está ya prácticamente extinguido, pues ha sido imposible localizar un solo ejemplar. Cómo son los chinos, se dirá algún lector; no, cómo somos todos. Según el equipo científico internacional que los ha estado buscando, de confirmase la extinción sería la primera que se debiese únicamente a nuestra causa, a nuestra animalidad. Pero también ballenas, gorilas y distintas clases de osos pueden desaparecer. Sólo en España hay 38 vertebrados en la lista roja de animales en peligro. Y visto cómo se las ha gastado el siglo XX y las maneras bestiales que apunta el XXI, hay indicios para preguntarse si también algunos de los más nobles sentimientos humanos podrían extinguirse y tendremos que conformarnos con contemplar reproducciones virtuales en los museos. El hombre también puede ser cazador de sí mismo, entrar sigilosamente en su propio interior y disparar su escopeta sobre cuantas emociones se vaya encontrando a su paso. Triste trofeo es tu propio corazón. Incluso el humor -que nos distingue, pues lo de las hienas es diferente- puede desaparecer por el cambio climático, como lo hicieron los mamuts, hasta que en un futuro alguien descubra una sonrisa congelada en el hielo y sea posible clonarla a partir del ADN. Pobres delfines chinos, pobres nosotros, pobre planeta tierra. Somos destructivos. Inicialmente, fuimos ideados para el amor, pero en el proceso evolutivo nos salieron colmillos y afloraron instintos que avergonzarían a un tiranosaurio hambriento. Miremos en nuestro interior, echémosle un vistazo a ese misterioso paisaje con tantos lugares aún por explorar, y preguntémonos cuántos de nuestros mejores sentimientos peligran, si es que no se nos han ido para siempre... con los delfines chinos.

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