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EL MIRADOR

El inquietante pragmatismo de Sarkozy

Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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MICHEL ROCARD, de 77 años recién cumplidos, es una institución de la izquierda socialista francesa en su versión más moderada. Con gran prestigio intelectual, este ilustre personaje posee un currículo impresionante: fue primer ministro de Miterrand entre 1988 y 1991 y primer secretario del PS, organización en la que a finales de los años setenta encarnó una tendencia, el rocardismo, frontalmente opuesta a las nacionalizaciones intensivas que preparaban los mitterrandistas (Congreso de Metz, 1979) y que serían incluidas en el Programa Común con los comunistas. Rocard acaba de publicar a través de la agencia internacional Project Syndicat titulado Gracias a Nicolas Sarkozy, la política exterior francesa vuelve a la vida . Abc publicaba este texto el sábado bajo el título Francia vuelve a la vida . El texto ha dado la vuelta al mundo. El escrito de Rocard contiene cuatro elogios concretos a la actuación del presidente de la república, Sarkozy, conservador como es sabido, que acaba de cumplir los cien días en el poder. Primero, y puesto que la política exterior francesa posee una larga tradición de consenso, Sarkozy ha colocado a varios políticos de izquierdas al frente de las principales responsabilidades, empezando por el ministro, Bernard Kouchner, histórico socialista. En segundo lugar, el presidente francés ha optado por impulsar un 'tratado simplificado' para la UE, aventura arriesgada que parece a punto de cuajar y que podía haberse ahorrado si no quería correr riesgos. En tercer lugar, ha ofrecido la presidencia del FMI que deja vacante Rato al socialista Strauss-Kahn. Finalmente, Sarkozy, consciente de que el problema de las enfermeras búlgaras se debía a que Gadafi no se fiaba de los mediadores, envió a su propia esposa a cerrar el acuerdo El elogio por partida cuádruple no puede ser más resonante ni más curiosamente desinteresado ya que Rocard, un anciano que acaba de padecer una hemorragia cerebral hace pocos meses, debe tener ya escasas ambiciones personales. Es evidente que esta pesca del conservador Sarkozy en los caladeros de la izquierda, que ha producido escándalo y fuerte malestar en el Partido Socialista tiene pros y contras, y plantea algunas cuestiones inquietantes. De un lado, el mantenimiento de la unidad explícita en determinadas políticas de Estado, como la política exterior, demuestra incuestionable madurez. Pero, de otro lado, los trasvases entre partidos rivales que han pugnado crudamente en las confrontaciones electorales son, si no se explican adecuadamente, un signo de pasteleo y de frivolidad que desconcierta e irrita a la opinión pública. Derecha e izquierda han dejado de ser hace tiempo opciones dogmáticas e incompatibles entre sí. Incluso conceptos tales como liberalismo sestean entre una y otra con promiscuidad. Pero sigue existiendo en las grandes democracias la sensación de que los problemas tienen más de una solución posible, por lo que caben perfectamente el pluralismo, el debate, la controversia, previos a la decisión soberana de los electores frente a una oferta variada y diversa. El día utópico del fin de la historia en que todo fuera unidireccional y cierto, objetivo e irrefutable, la democracia habría muerto. En consecuencia, aunque se busquen determinados consensos necesarios en asuntos en que la discrepancia es destructiva -la política exterior, la política antiterrorista-, resulta necesario preservar también los disensos, que, dentro de ciertos límites, son también saludables. De ahí lo inquietante de políticas como la de Sarkozy, en que el pragmatismo todo lo arrasa, hasta las convicciones, las creencias y las lealtades partidarias (que son también lealtades a los electores). Todo indica, en fin, que aunque en Francia la presidencia de la república tenga elementos transversales que aquí no posee la jefatura del Gobierno, se ha producido un exceso difícilmente calificable en este arrebatador aterrizaje de Sarkozy, para quien las ideas valen menos que las soluciones.

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